Iba por 18. Era domingo, llovía y hacía calor.
Me habían echado del diario el día anterior, o el mismo día, no me acuerdo bien.
Pero me acuerdo que en el camino a la precipitación (del despido) alguien mencionó la palabra “reestructura”.
Pregunté si "reestructura" era sinónimo de “despido”. El jefe de personal dijo que sí con la cabeza, una sola vez, después dejó de mirarme y ganó una línea más de vida en su cerebro de tetris. Pensé: ya vas a llegar arriba de todo, hijo de puta, con una barra roja, la de cuatro, y te la vas meter bien en el orto.
Al volver a casa, Mariela estaba garchando con Eduardo, en mi cama, por atrás.
No me tomaba de sorpresa, porque era algo que habíamos planteado como una fantasía. Al Eduardo lo mencionó ella y yo no había dicho nada. Pero ahora aparecían sin aviso los dos.
Mariela me dijo con la mano que me acercara para bajarme la bragueta y darle yo a ella también. Me fui y después me deprimí, por no haberme quedado, por no haber llevado la miseria hasta el fondo. No hay nada peor que ser neurótico en un mundo psicótico.
Al otro día caminaba por 18, en ese domingo que llovía. Me acuerdo perfecto porque me resultó raro que un domingo alguien repartiera volantes ahí frente al tugurio de Galería Costa.
Me habían echado del diario el día anterior, o el mismo día, no me acuerdo bien.
Pero me acuerdo que en el camino a la precipitación (del despido) alguien mencionó la palabra “reestructura”.
Pregunté si "reestructura" era sinónimo de “despido”. El jefe de personal dijo que sí con la cabeza, una sola vez, después dejó de mirarme y ganó una línea más de vida en su cerebro de tetris. Pensé: ya vas a llegar arriba de todo, hijo de puta, con una barra roja, la de cuatro, y te la vas meter bien en el orto.
Al volver a casa, Mariela estaba garchando con Eduardo, en mi cama, por atrás.
No me tomaba de sorpresa, porque era algo que habíamos planteado como una fantasía. Al Eduardo lo mencionó ella y yo no había dicho nada. Pero ahora aparecían sin aviso los dos.
Mariela me dijo con la mano que me acercara para bajarme la bragueta y darle yo a ella también. Me fui y después me deprimí, por no haberme quedado, por no haber llevado la miseria hasta el fondo. No hay nada peor que ser neurótico en un mundo psicótico.
Al otro día caminaba por 18, en ese domingo que llovía. Me acuerdo perfecto porque me resultó raro que un domingo alguien repartiera volantes ahí frente al tugurio de Galería Costa.
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Lunes a domingo 10 a 24 hs.
Constituyente esq. Tacuarembó
Se aceptan tarjetas
Conocía el lugar de
afuera: una casa de altos, unos cajones de cerveza en el balcón, al lado de ese
edificio retirado, blanco y deforme de la esquina.
Mientras subía la
escalera de mármol contaba los escalones, un poco por superstición, otro por un
déficit emocional que se traduce, primero, en superávit perceptivo, luego en
una especie de autismo que transforma todo en números y correspondencias que, o
no corresponden nunca, o corresponden todo el tiempo.
En el cuarto al frente
estaba la barra, de lambriz barnizado, unos bancos giratorios torcidos y unos
sofás oscuros que vislumbraba azulados, todos de polyfom impregnado de flujos
de años y años.
Contra la pared había un
escenario de hormigón de unos 10 centímetros de altura, el caño en el medio y
unas sillas de plástico blanco pintadas de negro descascarado. Se les veía el
rastro de una antigua pintura turquesa. Esta visión fue poderosa, es posible
que me haya mareado.
Estaba todo enmoquetado
de un color indefinido.
Apareció una turra
bastante bien, con un tang de naranja en una bandeja, con aires de secretaria.
Sonreía no tan tristemente. Pero tampoco muy alegremente.
Cada vez que voy a una
whiskería siento lo mismo cuando sonríen. Yo siempre espero una sonrisa,
por lo menos eso. Dejó el tang arriba de una ratona y no volví a verle ni el
culo.
Vino la dueña, una
vieja, y me hizo pasar a una habitación del fondo. Yo me
acostaba en la cama y ella ya me estaba gritando precios desde el corredor mientras
iban pasando por la puerta dos mujeres que no distinguí y la tocaya Mariela, que podía
ser liceal, y después la encargada de nuevo: que Mariela era el doble, pero era
completo. Luego había otra chica pero estaba con un cliente. Cualquier cosa veíamos.
Mariela se desnudó sin
mirarme antes de que yo hiciera nada. Quedó tirada en la cama mirando para un
punto incierto entre los pies de la cama y yo, aburrida, hastiada, triste. Me
desbolé y me quedé acostado sin moverme.
Sentí una cierta
felicidad, porque constaté que estar ahí me chupaba un huevo. Porque la poronga
la pongo cuando yo quiero y cuando no quiero no la pongo, cuando pago y cuando
no pago.
Miraba todo alrededor: el
resorte de bajo consumo colgando del techo, el respaldo de plástico dorado de
la cama, la portátil baja de madera barnizada como la ruina de un ovni, la
frazada con un pavo real estampado, la ventana podrida y abierta sobre un techo
de zinc.
Arriba,
el cielo formaba extrañas nubes negras por debajo del techo de nubes, como
armando un subsuelo de tormenta.
Mariela se metió la poronga caída en la boca, sin un suspiro, y mientras se me empezaba a parar empecé también a tener unas alucinaciones y unas sensaciones que trato de explicar con las palabras que
tengo, porque fueron muchas y todas juntas.
Yo veía una ciudad
siempreviva que se movía todo el tiempo. Veía que se superponían como
generaciones enteras saliendo de la nada y muriendo como absorbidas, veía
construcciones de edificios altos y destrucciones masivas, germinaciones de
mares de semillas y saqueos de hordas, jardines interminables y bombardeos,
gente riendo en veredas y procesiones mortuorias, plazas verdes, hospitales
abandonados, caminos de hormigas y lunas llenas, luces de neón y pisos de
tierra, bicicletas y satélites, sirenas de fábrica y sacrificios humanos,
culos, tetas, labios, piel.
Cuando la ola entró en la
avenida, caí extenuado sobre la inerte Mariela.
Ella se salió de abajo y
se levantó y se vistió despacio, en otra cosa. Y mientras se ataba el pelo,
gritó: "Paapiii...". Era un llamado habitual, cotidiano, doméstico.
Súbitamente bajó la
temperatura del aire y me dio un escalofrío. Porque fue cuando pude sentir una
presencia, como que yo estaba tocando algo en el aire, o peor: algo sin forma,
oscuro y total, me tocaba a mí por todos lados, me envolvía.
Desde el final del
corredor llegaron unos pasos y en el umbral apareció un enano negro, no de raza
negra sino negro como la oscuridad. Caminaba con cierta dificultad.
Yo sólo podía verle la
silueta, y además no proyectaba sombra sobre el piso. Era sombra.
De entre las piernas le
colgaba una manguera, que se perdía atrás por donde había venido.
Desde allí mismo llegaba una respiración, de algo grande y grave, que hacía
vibrar el piso y las paredes. Y a lo que avanzó el enano hacia mí, quedó
brevemente de costado y pude ver que la manguera le salía en realidad del
vientre.
La criatura exhalante, en
alguna parte de la whiskería, sería su madre, una criatura indescriptible o una máquina.
Papi se acercó a unos
cincuenta centímetros. Como era sombra yo no le podía ver nada. Me habló con voz
infantil muy aguda, con algo de pájaro. Y en el aliento helado que me llegó me
dijo, palabras más palabras menos:
"Has detectado el
ciclo infinito de la renovación, el alma que anima la naturaleza y a su hija
dilecta, la ciudad. La madre está en crisis y también su hija. Esto solo le
importa a la especie humana, cuya misión en el universo es perpetuarse hasta el
fin de los tiempos en las mejores condiciones, por lo menos algunos.
”Has demostrado tener la
energía para llevar a cabo la iluminación de la humanidad toda. Ahora, si tenés
a bien, vas a cerrar los ojos y esperar la primera señal que encuentres, la
primera en una larga serie, que debes seguir y obedecer estrictamente.”
Y sobrevino un
silencio, tan fuerte, que sentí una presión súbita en los tímpanos. Luego
volvió el calor habitual y el ruido de los autos por Constituyente.
Cuando abrí los ojos
estaba solo. Y donde había estado Mariela flotaba una bolsa blanca y vacía a la
altura de mi cabeza. Estuvo unos instantes ahí, suspendida, y salió por la
ventana.
Me puse los calzones y las bermudas y me
llevé los championes y la remera en la mano.
Salí a la calle buscando en el cielo la bolsa, como buscando una estrella. Y entonces la veo volando, muy arriba, hacia el Sur. Y mientras corro detrás, por la vereda rota y mojada, siento que el frío me va entrando por los pies y como que me voy llenando de otra sustancia, más fresca, más liviana, y me acuerdo de la canción que aparece siempre que tengo una experiencia cósmica:
"El pasado es un animal grotesco. Y en sus ojos verás cuán equivocado estás".
Salí a la calle buscando en el cielo la bolsa, como buscando una estrella. Y entonces la veo volando, muy arriba, hacia el Sur. Y mientras corro detrás, por la vereda rota y mojada, siento que el frío me va entrando por los pies y como que me voy llenando de otra sustancia, más fresca, más liviana, y me acuerdo de la canción que aparece siempre que tengo una experiencia cósmica:
"El pasado es un animal grotesco. Y en sus ojos verás cuán equivocado estás".
4 comments:
lo felicito, me quedé con
**No hay nada peor que ser neurótico en un mundo psicótico.**
después lo de bowie-cher no lo podés creer, no sé, me colgué pensando como harán para ensayar eso, si es que lo ensayan estos Papis.
gracias, sí, nada peor.
lo de b-ch es muy raro, los cambios son demasiado grandes para poder creerlos, y lo hacen como si nada, son varios además.
Bueno, bueno, son gente que se dedica a cantar... bueno sería que no pudieran cantar bien!
Está muy bien asombrarse por lo natural, es saludable.
Sin ir más lejos yo, que sello expedientes denegados, he llegado a hacerlo de forma asombrosa, según se mea dicho.
sella mientras canta, como percusión?
me dice el número de oficina y vamos con el móvil.
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