Tuesday, September 11, 2012

inside elizabeth


Pobre tío ernesto. Era buena gente y seguro lo sigue siendo, pero da igual, porque vive en un mundo que sólo conoce él y que no debe ser agradable. En parte fue el mundo que él se fue haciendo y en parte el mundo que le tocó, pero no merecía el mundo que le tocó, aunque haya sido una continuación del mundo que se fue haciendo.
Era una tipo alegre, algo mayor que mi viejo. Y mi viejo siempre le debió mucho a él, porque a mi viejo, cuando decidió irse de Argentina para vivir en Uruguay, el tío Ernesto lo ayudó mucho, le dio trabajo en la barraca que tenía en la calle Dante. Mi viejo atendía al público al principio, después a los proveedores, y entonces pudieron establecerse con mi vieja. Mi viejo se había ido a Uruguay porque había conocido a mi vieja en un verano, en Parque del Plata.
Mi viejo era de Azul, pero mi vieja no se quiso ir a Argentina, si no yo habría sido porteño y la vida habría sido muy distinta, seguramente no me habría venido a vivir después acá, a Elizabeth, porque a mi viejo nunca le gustó Uruguay y me transmitió eso diciéndome todo el día que tenía que irme de Uruguay a trabajar de verdad en un país de verdad, decía esto prácticamente todos los días.
Eran muy amigos mi viejo y el tío Ernesto. Mis mejores recuerdos son de la época cuando creo que todavía tenía alegría de verdad, porque me llevaban todos los domingos de mañana a ver a Peñarol. Cuando jugaba Morena los tipos deliraban, se abrazaban y lloraban y saltaban como todo el mundo, enajenados, olvidados de todo, y el tío me abrazaba y me decía: “miralo bien, miralo bien al potrillo porque nunca más vas a ver algo igual”. Yo le creo, debió ser así, pero el fútbol dejó de interesarme sin darme cuenta y acá el fútbol es otra cosa, medio que es un juego de mujeres, entonces es un bodrio y el béisbol peor.
El tío no tuvo hijos, por eso siempre me quiso mucho, y yo a él. Por eso cuando se vino a Elizabeth me trajo con él.
En Uruguay, tenía una esposa que se llamaba Olga, una gorda simpática, todo el tiempo con el pelo batido y las uñas pintadas de rojo con medialunas blancas y pañuelos a lunares, me quería mucho también. A veces Olga y el tío me llevaban en un fiat 600 a hacer picnics y asados en el Parque Roosevelt o nos íbamos a alguna playa con una heladera de espuma plast con cocas de a litro y milanesas al pan. Esto lo hacíamos también con mis viejos, a veces íbamos todos, los cinco, yo era el único pibe, y entonces creo, por lo que ellos me querían, que Ernesto y Olga no pudieron tener hijos y por eso mi tío me recibió y me dio laburo y terminó haciendo todos los trámites cuando me vine a vivir acá.
Llegué el 17 de octubre de 1987, a mis veinte años. El tío vino a buscarme al aeropuerto con la nueva mujer que tenía, una gringa de Jersey City, no sé bien exactamente, que llegué a ver un par de veces, después nunca más.
Cuando la conocí tenía una mancha en un costado de la nariz, pero luego esa mancha creció y ya dejé de verla, porque entró en una enfermedad por la que tuvo que aislarse y el tío Ernesto fue desapareciendo del mundo según la enfermedad iba avanzando. Entonces él mismo me alquiló un basement cerca de la empresa de pintura de él, donde ya había empezado a trabajar, y ya no me dejó entrar a la casa de él. Me atendía en el porche y me decía que lo mejor era no entrar porque Kathy no se sentía bien, que el médico le había indicado no recibir visitas, etcétera. Pero yo no quería visitar a la mujer de mi tío sino a él, pero el tío no quería hablar.
Se mudó la oficina a un depósito que estaba subiendo una escalerita de mano, de tal forma que era imposible entrar y desde abajo se lo podía ver por la ventana todo el tiempo frente a la pantalla o hablando por teléfono. De algún modo, fue como si el tío Ernesto se hubiera muerto y lo que yo veía era solo un holograma.
Un año después de esta migración del tío, llegó el amigo Marionizer, como yo le digo, después de comer, y me pidió que lo acompañara en la camioneta y en un momento en que veníamos hablando de mujeres, él cambió de tema, lo cual era extraño, y se fue contra un cordón, paró y sacó del costado una Bizarre Magazine. Yo no sabía que él leía Bizarre, porque yo las conocía bastante, porque siempre las ojeaba en el kiosco esperando el tren, y éste era de unos números atrás que obviamente se me había pasado.
Entonces me muestra una foto de una página con un título que decía “El extraño caso de la mujer sin cara”. Me acuerdo de esto porque todavía no había salido Face Off, la película con John Travolta y Nicholas Cage, y me acordé mucho de todo esto cuando fui a verla y quizás por eso me impresionó tanto.
El artículo nombraba, con nombre y apellido, a la mujer de mi tío, así que no había dudas, y además ella estaba del busto para arriba mirando a la cámara. Mirando es un decir, porque en el lugar de la cara tenía una máscara sin expresión como de cartón, como con unos ojos, como la sombra de una nariz, y una boca sin sonrisa. El artículo decía que la pobre Kathy había padecido el avance de un hongo extraño o de una bacteria, no recuerdo bien, que le había empezado a devorar la nariz, luego la boca y después toda la cara al punto de que la cara se le había transformado en un cuenco.
No decía una sola palabra del sufrimiento o de la vida cotidiana, lo cual no es habitual en Bizarre, que siempre ofrece detalles de la vida de los freaks que muestra, pero no decía nada y seguramente haya sido una condición que puso mi tío para sacar esta foto, además de los cientos de miles de dólares que le habrán pagado, de otra forma no me explico como accedió a hacer algo así. Otras veces pienso que no, que no le pagaron nada y que publicando esa foto era su manera de decirle al mundo (no a la gente cercana) la pesadilla por la que estaba pasando su mujer y él.
Luego de esto le pregunté a las negras de abajo si sabían algo de Kathy, que hacía un año que no la veía y ellas no decían nada, como si no les interesara. Entonces les dije que había escuchado que había tenido una infección en alguna parte y una de ellas dijo, ah sí, yo escuché lo mismo, algo en la cara. Era sólo una confirmación inútil, porque la foto de Bizarre lo decía todo.
Unos meses después Kathy se murió, fuimos al entierro y al funeral como si fuéramos al entierro y al funeral de una persona normal, mi tío recibía los pésames como si fuera un viudo normal y luego de ese, pensé, a lo mejor iba a volver a la alegría que yo le conocí. Pero no, se quedó en eso, en su oficina inaccesible todo el día frente a la computadora o hablando por telefóno. Tampoco me dejaba entrar en la casa y me recibía en el porche diciéndome que la casa era un asco.





Monday, September 3, 2012