Wednesday, March 30, 2011

2. Llegando a la ciudad de arriba

...hora de bajar a tierra. Y aunque la nave es capaz de resistir imperturbable el embate de las tormentas inmóvil como una piedra suspendida, el capitán debe hacer sus oraciones sobre terreno firme, según consta en su manual.

Luego de bajar, yo estaba debajo de la nave en flotación para guarecerme cuando decidí dar una vuelta. El terreno allí era tan plano como una lápida. De tanto en tanto rompía la monotonía algún árbol gigante de copa esférica. Continuamente dejaban caer unas hojas tornasoladas de increíbles refucilos al dar una y otra vuelta en su camino interminable hasta el piso de piedra blanca, veteada de azules ultramar y esporádicos nudos naranjas, como ojos que indicaban, en su lacónico mirar, una camino en zig zag que se perdía entre montículos de pétalos y polen. A lo lejos, unos arbustos cúbicos y progresivamente grandiosos se recortaban, los más grandes, como edificios oscuros que protegían las ganaderías del lugar ofreciendo vivienda a unos pájaros plateados e insomnes que cantaban desde las remotas espesuras.

Seguí las indicaciones de unos letreros que anunciaban una ciudad y su reflejo. Marché, alegre de corazón, pensando en la posibilidad de cruzar, definitivamente, al otro lado de un espejo y perderme en la melancolía de una atmósfera acuosa y deformante.
Como a los dos días, vi una formación alta y alargada sobre el horizonte, en forma de huso, sostenida por delgadas columnas según pude percibir a medida que me acercaba. Yo pensaba en las virtudes de las cosas que sostienen a las otras, en las delicadas estructuras que hacen posibles los mundos con sus pesadas geografías, en el vuelo de las moscas que aseguran la órbita de los planetas más lejanos con su estúpido volar, en fin, esa relación entre los grandes y los pequeños procesos.
Las delgadas columnas sostenían al reflejo allá arriba. Unos diminutos escalones ascendían en helicoides hasta allí. Sin la presencia de vidrio alguno entre las dos, algo que me desilusionó un poco, la ciudad de abajo se reproducía arriba con una perfección tal que incluia algunas excepciones, según pude comprobar con unos telescopios puestos a esos efectos.

En las afueras de la ciudad conversé con unos mecánicos de las órbitas celestes. Acodados contra unas máquinas oscuras y aceitadas, los hombres me contaron que las cosas ya no eran como antes. Los repuestos tenían cada vez menos vida útil. Las órbitas planetarias fallaban tanto que podían permanecer, durante años luz, esperando un rulemán para reparar los recorridos. El sistema estaba a punto de colapsar y el cielo de la noche corría el riesgo de virar al blanco. Revisé de nuevo entre mis recuerdos y les expliqué, con dibujos aéreos tridimensionales, las posibilidades aleatorias de los comportamientos moleculares, la imposibilidad de modificar los procesos microscópicos por los cuales, por ejemplo,  los ojos se llenan de lágrimas frente a determinados gases vegetales.
Aunque no sabía adónde quería llegar yo con todo aquello, quería seguir adelante con mi razonamiento, pero nos invadió una nube de burbujas azules y ya no pude seguir hablando. En cada burbuja podía ver la representación del alma colectiva de esas gentes y me sentí un poco cansado. A la hora de marcharme, uno de los mecánicos me regaló un almanaque con una bella ejemplar de Venus, que conservé para regalar al capitán, tan dado a la mitología.

Wednesday, March 23, 2011

1. La traición de las mujeres gigantes

Tan solo munido de su harmónica, el gigante dio placer a las dos gigantas por espacio de diez años cuidando de ellas con el primor que merecían. Las dos muchachas, buenas de corazón, vivían en un pequeño puerto adonde llegaban los balleneros.
Todo iba bien hasta que, una noche, la giganta trigueña partió sin despedirse, guiada por un lejano llamado debajo de las aguas. Un cachalote la llamaba con melodías que duraban días enteros.
Hechizada por el canto, la giganta nadó desmesuradamente partiendo las aguas con su busto colosal. Bajo una noche sin luna los amantes resoplaron hasta el amanecer mientras el gigante se daba la cabeza contra las paredes lamentando su condición de hombre sin aletas, su incapacidad para escupir un chorro semejante, para sumergirse en la profundidad y volver a aparecer, por sorpresa, rodeando a su amante con la cola bífida y enhiesta capaz de partir un transatlántico al medio. Y yo aquí, decía, revolviendo esta tacita de té. Y la otra giganta, que era más buena, le hacia masajes en los pies, como alentando su condicion terrestre.
El gigante se inició en el camino de las infusiones adictivas, de los bizcochos de anís y del ajedrez contra la computadora. Qué vida miserable, pensaba, menos mal que me queda la otra. Así pasó años intentando olvidar la traición y olvidar a la trigueña, que habia decidido quedarse, por lo menos un buen rato, en las islas que enfrentaban la pequeña bahía donde alternaba su vida al aire libre con los placeres profundos.
Lo peor vino después, cuando la giganta rubia también se fue, no con el cachalote sino con una tripulacion entera de balleneros que llegaban en busca del aceite que enciende las lámparas en las noches del mundo. El gigante no pudo resistirlo y cayó en tan honda desazón que estuvo años sin moverse detrás del mostrador, sin dormir un día, sin dejar de beber, de reír groseramente y salir del baño sin lavarse las manos.
Un día volvió al lugar donde vio a nuestra nave por ultima vez, pero ya nos habíamos ido todos. Y así se fue quedando, quedando, hasta que un día empezó a caminar como al descuido tocando la harmónica. En el camino le dio como un ahogo y se desvaneció.
Cuando despertó, vio una ciudad que lo miraba desde el cielo.

Tuesday, March 15, 2011

el miedo y la luna

Somos luz en la tarde y avanzamos
al centro de la tierra
a devolverle su piedra de esmeralda.

Si te asustas las grullas volarán
y tarda tanto la vuelta.

Hay veces que nos volvemos todo ojos
todo ojos que nos miran para adentro
todo oídos que escuchan para adentro
un eco y unas sombras dibujadas
por enemigos en sueños.
Y todo será puesto delante
después de tantos viajes
de tu corazón
de lo que vio y oyó
cuando ni hablaban las estrellas.

Pero alisarás el miedo al tocarlo
al abrir sin esfuerzo su oxidada tenaza.

Y todo lo que hay no alcanzará
para tu medida, ese cuenco
donde bebe el mundo
donde encuentra su perdón de mundo.

Voy a tallar la piedra con los dedos
e imprimir el aire cantándote
un camino de piedras lisas
entre mar y acantilado.

Voy a tallar bancos con los dedos
y viviendas y patios y refugios
desde donde mirar todo.

Y acaso un ciervo te paste
y mueva las orejas cuando escuche
un trueno a la distancia
y estires la mano
y caiga la primera gota.

Toda excepción no es castigo.
Debes conquistar ahora.
No hay límite entre tu cuerpo y el espacio.
Todo es pliegue que ríe y llora.

Sunday, March 6, 2011

paul is not dead

Paul McCartney está sentado en el living de su mansión en los alrededores de Londres descansando de una gira. Está recostado en el Luis XXX, los dos pies en la butaquita con flecos mirando un concierto de Led Zeppelin.
Se aburre, se rasca el higo.
Cambia a Discovery, un programa sobre la vida de los puffins, esos pájaros de las Hébridas que parecen pingüinos que vuelan.

De pronto se abren las dos hojas de una puerta tapizada en dorado y verde y aparece una mujer, que lo mira seria, sin expresión y que se va por donde vuelve y sin darse vuelta, ahora sí, con fastidio. Está buena la vieja, se mantiene.

Paul McCartney se sigue rascando el higo, después se huele los dedos, se levanta y mira por la bow window. Es la tarde avanzada, hay claridad, porque el sol está en el cielo, pero tapado por las nubes negras y bajas, como borrones.
Se posa un cuervo en la chimenea de una casa al fondo del paisaje. El césped verde, casi azul, se pierde a la distancia y termina contra el bosque tupido. Entonces, no sabemos por qué, algo lo inquieta a Paul, parece ver algo inusual a lo lejos.

Se queda un rato quieto con la mirada en ese punto. Luego se va tranquilizando como si eso no revistiera importancia.

Camina unos pasos, abre una puerta chica y avanza por un corredor ancho y bajo. Baja una escalera del mismo ancho que desemboca en una puerta gigante y acolchada, la empuja y entra a una monumental sala de estudio, sala de grabación, etc.
En una pared iluminada están las 27 guitarras de distintos tamaños y colores y, obviamente, distintos sonidos. Agarra una. El panel de los 38 bajos está apagado.
En el momento en que retira la guitarra del pedestal se apaga la dicroica correspondiente y al panel de guitarras le queda una mancha oscura y alargada, abajo a la derecha.

Se sienta en el taburete bajo, baja el micrófono a la altura de las cuerdas, se pone los auriculares y acomoda el otro micrófono pegado a la boca.
Hace una seña y una silueta, atrás de unos vidrios, levanta los pulgares. Paul Mc Cartney empieza a cantar yesterday, all my troubles seemed so far away...

Se interrumpe.

¿Qué pasó? pregunta por el micrófono

El operador le dice que cuando dice away parece que dijera Hawaii, que suena mal.

Gracias, dice Paul y empieza de nuevo.

Pero cuando llega a la parte donde dice there’s a shadow hanging over me... hace un gallo y se le quiebra la voz. Entonces apoya la frente en el canto de la guitarra y se queda en silencio, en ese silencio inconmensurable de los estudios de grabación.
El operador se va reclinando en la silla y cuando llega al respaldo se pone a responder, en la oscuridad, mensajes en su blackberry de plata. Después retoma el tube porno que estaba viendo antes de la llegada de Paul.

Paul ya se ha levantado y ya está caminando fuera del estudio mientras va diciendo en voz alta, moviendo la cabeza:

Oh I’m sorry Ed, I’m so sorry

Ed no contesta y después que comprueba que Paul no volverá, apaga y desconecta todo.
Antes de agarrar el saco, se cuadra, hace una venia y dice:

You are too honest for such funny games...

Lo dice imitando la voz de Benny Hill en aquel personaje con la gorra hasta las cejas y la lengua para afuera que hacía la venia.

Paul sube la escalera y cuando llega arriba se ha olvidado de todo, como se olvida uno de un sueño al despertar.
Vuelve al living y vuelve a sentarse en el Luis XXX, vuelve a poner los pies en el banquito y vuelve a agarrar el control.
Pero antes de apretar nada se abre la puerta doble, tapizada de verde y dorado, y en lugar de entrar la veterana entra una pendeja, igualita a la vieja pero pendeja, seguramente la hija. Viene mirando su blackberry rubí con incrustaciones de estrellas de diamantes.
Le dice que tiene mensajes nuevos. Son los mensajes que dejó pasar su implacable filtro de productora ejecutiva. La productora de Paul McCartney es conocida en el business como PP (Paul’s Pussycat)

PP le lee:

La hija de Harrison que volvió a insistir, que la tercera llama al abogado.

La asociación de ufólogos de Inglaterra que le agradece la última donación.

Enésimo mensaje de PID.

PID es la organización conocida como Paul is Dead, que desde hace décadas lleva adelante una movilización para desenmascarar al impostor que suplanta a Paul Mc Cartney, ya que el verdadero Paul murió hace también décadas. Como siempre, son sólo insultos, pero PP se los lee porque Paul le dijo que siempre le pasara los mensajes de PID.

El útimo es de Yoko. Dice que No more lonely nights es un plagio de Imagine. Que te va cagar de verde por boludo.

¿Qué pasó con Ringo? Le dice Paul

Sí, le dice PP, bueno no, de nuevo dijo que no, que no puede, que capaz que el año que viene. Y levanta los hombros y suspira y gira y se va moviendo el culo y ondulando su preciosa cola de leoparda.

Paul también suspira y se pone a mirar por la bow window. Pero de pronto algo lo inquieta de nuevo, lo mismo que la vez pasada. Ahora se convence de que eso no es normal, porque en un momento abre el ventanal que da al jardín y sale corriendo mientras se escuchan los gritos perderse a lo lejos: “Stop, please, stop!!!”

Saturday, March 5, 2011

Las naves interplanetarias


Vamos a narrar un poco acerca de las naves interplanetarias, que los científicos ignoran o ponen en tela de juicio, haciendo dudar a la Humanidad de la existencia de tales naves.
    Las naves interplanetarias se mueven todas con energía solar. Son de un material que aquí no lo hay, que está contra las balas y contra todo; son enterizas, no tienen soldadura, pegues o remaches y se conducen por medio de botones.
    Llevan dos tubos horizontales de un material que no existe en este planeta, liviano, muy parecido al aluminio pero más brillante y más resistente. Esos tubos atraviesan la nave desde adelante hacia atrás. Por delante, que es por donde entra la energía solar y por detrás, sale la energía quemada, que son las colas de fuego que van dejando las naves por donde pasan.
    No son todas redondas porque hay un modelo alargado, en forma de tabaco, capaz de transportar cientos de personas. Entonces, todas no tienen el mismo modelo ni el mismo tamaño. Estos son los vehículos de transporte de los demás planetas.
    La tripulación de estas naves se comunica unas a otras telepáticamente, sin necesidad de teléfonos ni televisión ni nada de esas cosas por el estilo. Tienen todas sus facultades despiertas.
    Cualquier terrícola de estos que rebuznan tan duro, como los señores gringos y demás potencias, que creen que son los únicos que saben, ¿qué hacen estos pobres ignorantes, sin conocer verdaderamente las maravillas que existen en otros planetas?
    Las naves interplanetarias de los extraterrestres están listas, preparadas ya para salir a rescatar a todas aquellas personas que estén trabajando con la fórmula que en este libro se da. Ellos saben, no hay necesidad de llamarlos porque nos conocen por dentro y por fuera. En las naves será el rescate, cuando llegue el momento. Son muy pocos, contados con los dedos de las manos los que van a lograrlo, porque nadie quiere trabajar sino todo lo llevan a la mente y de la mente salen las teorías, que es el mismo ego que las saca, y aquí necesitamos hechos: empezar una vez el trabajo que tenemos que hacer.
    Hago esta narración con el fin de que todo el mundo sepa de una vez la verdad, que no somos los únicos habitantes de nuestro sistema solar y nuestra galaxia sino que somos lo más inferior, porque aquellos países que se creen las grandes potencias, que lo saben todo, con sus hechos están demostrando lo contrario. Con las atrocidades que están cometiendo contra ellos mismos y contra los demás, se demuestra la calidad de humanidad que somos. Que no me vengan a echar esos cuentos que se inventan ellos, que yo sí conozco.
    Por eso escribo este libro, para que vea la Humanidad cómo la tiene envuelta en puras mentiras y amenazas, los señores gringos y los señores científicos. Esto que digo lo sostengo todo el tiempo y si me toca morir por sostener la verdad, muero.


(Tomado de Hercólubus o planeta rojo de V.M. Rabolú, Mvd: Artemisa, 2000)


Próximamente:
"La vida en Venus"
"La vida en Marte"