Thursday, February 25, 2010

no llores por mí, melódico

Los últimos posteos de jntkdvr me hicieron recordar algunas cosas: todos tienen un pasado y yo el mío.
De la época en que cantaba para gente que no escuchaba, sólo guardo un documento. Hacía tiempo que no lo miraba, pero la última vez me gustó un poco más.
Espero les guste.

Friday, February 12, 2010

Río del Estío

Cuatro niños. O cinco.
Niños rubios, hasta casi blanco el cabello y lacio, y los ojos celestes dos y verdes otros dos y ambar la quinta.
Bañandose en el río, en la punta este, en la desembocadura del arroyo, que formaba como una laguna, desde las rocas de areniscas de la formación geológica San gregorio-Tres Islas. Rocas inmensas parecían, algunas como bloques redondeados de dos o tres metros de lado y otras con un hábito mas laminar, que se desgranaban en arena fina y limo frotándolas con guijarros de cuarzo o con el acero de los cuchillos, con cierta dificultad. Y el rio Negro (azul)las lamía en la orilla, suavemente, enfrente justo enfrente, a unos 500 o 700 metros de la isla de sauces y detrás el campo de Lopez, ya en Durazno. Del otro lado del arroyo, al este, cerquita, un médano blanquísimo
de arena muy fina.
Había un montículo de rocas, en el río, que emergía casi hasta la superficie a unos 20 metros de la orilla, un poco mas allá que un tronco negrísimo que se abría en una horqueta a unos 50 centímetros de la superficie del agua y brindaba un exelente lugar para el "lanzamiento" al agua.
- Dale sí, andá hasta el tronco, tirate al agua.
Por momentos había rocas en el fondo o más hacia el arroyo, barro.
Barro negro, que se metía, fluía, entre los dedos de los pies cuando pisabas.
Que se volvia fibroso hacia la orilla, en los estolones de los primeros pastos.
Pero para el lado de las rocas era muy profundo y cuando te lanzabas, desde el montículo o el tronco apenas entraba tu cabeza al agua dulce ejerciendo la fresca presión que se extendía a todo el cuerpo, oyendo primero un estrépito interior al atravesar la superficie, el sonido líquido, burbujeante y luego el silencio refrescante de la profundidad. Buceabas en la naturaleza mas flexible y liviana del pez, ya veías todo pardo oscuro y luego negro, como si el río te cerrara los ojos. Como si te volviera a recibir un útero infinito, aliviando el calor agobiante y la gravedad pesada del estío. Y deambulabas unos instantes dentro del agua tocando el fondo de rocas o de barro, en la oscuridad fría (a veces tenía la sensación de que el cuerpo cambiaba de naturaleza, de materialidad en esa circunstancia) y luego ascendías como una flecha desde abajo, desde el leve empujón con los pies apoyados en el fondo y luego moviendolos levemente y abriendo los brazos como alas para apoyarte en lo negro y volar hacia arriba, hacia la luz leve,comenzaban a abrirse paso los rayos solares penetrando como cintas metálicas en el agua llena de partículas pequeñas, hasta que por fin la cabeza, mojada, chorreando brillante, emergía a la luz, a la brisa cálida a la superficie azul del río y del cielo celestísimo que te hacía entrecerrar los ojos y al médano blanco enfrente, a las rocas y a los sauces lejanos, al campo verde o amarilleando dando de pastar a vacas, caballos, ovejas; a los niños, tus hermanos, que pescaban con sus cañas o corrían y peleaban.
Ahora eran cuatro o sea cinco contigo, una niña más se había sumado a las otras dos pequeñas, con el pelo blanquísimo y brillante y los ojos ambar.
Nadabas solo o compitiendo (a ver quien llega mas lejos o mas rápido),acompañado por tu hermano (eso saca temor a la distancia, a los remolinos o vaya a saber a que monstruos que guarda esa negrura sumergida) hasta el medio del río, -no se podia cruzar a la isla-, hasta llegar a otra perspectiva de los montes, de las playas de arena, de las casas o del campo y a otra aún un poco mas allá.
O cruzar a los medanos del campo de Romualdo a buscar "piedras de indios".
Y nadar y flotar livianamente observando las cosas con los ojos justo encima de la superficie (como los capinchos) sintiendo un poco de miedo porque papá y los hermanos se ven chiquitos, hasta que papá te hace señas con los brazos de que hay que volver.
Ya en las rocas, las mojarras y los dientudos, los cabeza-amarga, pejerreyes a veces bagres, salian vibrantes al final de las lineas de tanza empalmadas a la cañas, vibrando, viboreando, emitiendo brillos plateados, azulados, mojados, peleando con las manitos que los agarraba (sintiendo los impulsos nerviosos de la carne del rio)
y los desenganchaba del anzuelo. Y a veces se juntaban las cuatro o cinco cabecitas curiosas agachandose a mirarlos, a tocarlos, "judearlos". Eventualmente quedaban -los peces- un rato en un charco nadando o en un balde, hasta que se acababa el oxigeno del agua y quedaban panza blanca arriba.
Ocurrían pleitos:
-Papá, L y N están matando a los pescados y no los van a usar para carnada.
-Gurises!!!
-No le hagas caso a esta mongólica que no sabe nada, papá!
-Tiene razón papá, estamos matando solo a los cabeza-amarga, los estamos abriendo para ver que comen.
-Vayan a bañarse, si no quieren pescar, o a buscar piedras, no jodan!
-Siempre las defendés a estas pendejas.
-Cuidado con la boca N que te volves a las casas.

Algunos peces (por rareza o capricho) volvían vivos con ellos en el balde para dejarlos en el bebedero para el ganado, de hierro, largo, al costado del galpón. A veces los agarraban del charquito o del balde con la mano, jugaban. Los miraban a sus ojos de pez y a su boca que se abría y cerraba inutilmente como sus branquias en el aire y sus escamas brillantes. A los cabeza-amarga, esa porquería, los reventaban contra las rocas. O los dientudos, les sacaban los ojos, los abrian con el cuchillo y les sacaban las tripas y las tiraban al agua y los cortaban, fileteaban hasta daditos chiquitos o tiritas para usarlos de vuelta como carnada clavandolos en los anzuelos con cuidado, pero igual se pinchaban. A los pejerreyes al final de la faena, de baños y pesca, los mataban torciendoles la cabeza hacia "la nuca", luego los "limpiaban" los dos hermanos mayores, dos, con sus cuchillos -"sus" propios cuchillos criollos de mango de plata con incrustaciones de oro o los brasileros de pesca, mejor, que sacaban de sus vainas de cuero brillantes del roce - que habían afilado antes, frotando con cuidado y rapidez sus filos longitudinalmente contra las piedras que
servían para afilar o "chairandolos" entre sí, produciendo ese ruido metálico, agudo y cortante; luego desescamaban los peces desparramando brillo por rocas y agua,luego enjuagaban en el río, -el sol ya estaba anaranjado gigantesco cayendo al agua del arroyo-, los abrían clavando la puntita del cuchillo en el ano cortando por la panza hasta las branquias, tiraban las visceras al río (las mojarritas agitaban la superficie del agua y brillaban empujandose en el ansia de comerlas), los enjuagaban nuevamente y al balde. Las hermanitas mayores M y A, con los cabellos brillantes de sol, las pieles enrojecidas, los ojos luminosos y sus pequeños trajes de baño de colores que a veces les quedaban algo grandes, ayudaban en el enjuague o jugaban o juntaban las cañas, revoloteando, agitando el aire con sus movimientos y sus palabras.
Estaban encantadas con la nueva pequeña, que había resultado otra hermanita I, de pelo lacio y blanco brillante, tan pequeñita y delicada, y se la disputaban entre ellas y a la madre, que no era la suya.

El padre que luego de la siesta interminable de horas antes, había salido de mal humor, rezongando: que las cañas, que este jeep (Land Rover del '62) de mierda y que dale con la portera y el mayor, asustado, bajaba corriendo y se trastabillaba desde sus chancletas con una piedrita y demoraba en recoger unas piñas con piñones del piso ya que la abuela Marta hacía unos budines deliciosos con ellos.
- Dale boludo, despues van a juntar..
En el asiento de atrás N y las niñas provocaban y peleaban a gritos y puños (sobre todo A, de hábito mas salvaje) y mordidas
-¡Carajo, quédense quietos o Volvemos!
y su mujer
- Calmate por favor.
Y lloraban las pequeñas
Siempre pensaba el Padre, mejor ir caminando, eran 7 cuadras, pero tenía que llevar el auto para llevar a la chiquita y las cosas.
Por suerte sacaba fotos, porque las cosas se olvidan.
Aunque a veces la foto interfiere con el recuerdo y se termina imponiendo por su materialidad y el recuerdo en su evanescencia, en su vaguedad, se vuelve líquido y se diluye feliz en lo negro del río.