—Hace
unos días estuve con nuestro común amigo. ¿No lo ha visto Usted últimamente?
—No.
—Está muy cambiado. No sé si para bien o para mal,
sólo que está muy cambiado. Como le diría, ni más gordo ni más flaco, quizás un
poco más cansado. Pero con una luz nueva en sus ojos. ¿Recuerda aquel hastío
melancólico en el que vivía? ¿Recuerda aquella noche en que recitó a Mallarmé?
—Qué raro, quedó tan turbado.
—Quedamos.
—Casi ido.
—Es un poco histérico. Bueno, eso le daba aquel cursi éxito con las damas.
Esto no puede negarse. Es como un sibarita de la prostitución. Se jacta de
que en cinco años jamás pagó un solo peso. Las enamoraba a todas.
—Algún rumor me ha llegado.
—En algún momento se le atribuyó El Mal. Pero lo de la sífilis fue un rumor equivocado.
—¿A qué se refiere?
—No era sifílis, era un mal menor... Cuestión que lo he visto. Como le decía, cambió
notoriamente, cierto brillo fanático, cierta risa maníaca. Había ganado un
humor nuevo, frenético, diría espástico. Sin embargo, no estaba intranquilo.
Como si hubiera descubierto un mundo que, incluso en su frenesí, lo pacificaba.
Le dije que hacía tiempo habíamosle perdido el rastro, que extrañábamos sus
lecturas parado en el mostrador, que recordábamos aquel Verlaine que acentuaba
las esdrújulas justo cuando pitaban las cafeteras, aquel Rimbaud en contrapunto
con el ruido de los platos contra el mostrador.
—Era bueno leyendo. Lástima nunca escribió nada.
—Eso no se lo dije.
—Bueno, no tiene nada de malo. Era un excelente
lector. No conozco a nadie igual. Cómo se ha perdido esa costumbre. ¿No le
dijo por qué no venía más?
—Como le decía, el tiene sus razones. Y el rumor infundado
de la sífilis terminó por convencerlo. No se sentía dolido, me dijo, sólo que
había dejado de venir al café porque no le interesaba. Me dijo que el café se
lo hacía en la casa. Que tenía una cafetera italiana.
—No me diga que contrató a una querida.
—No macanee. Una máquina.
—Manguel siempre fue un excéntrico.
—Verá, mi amigo. Por lo que entendí, esta tendencia a
la cafetera propia proviene, comprendo ahora, más de su pasión por las máquinas
que de cualquier berretín de privacidad. En la entrevista
que mantuvimos camino al correo me dijo que ha venido investigando en los
terrenos de la antimateria, me habló de las partículas que salen de todos los
cuerpos, incluido el nuestro. Llegó a decirme que, en realidad, nada era sólido,
discreto completamente, sino que había un permanente suspensión de partículas,
como un halo gasesoso que indefine los contornos.
—Déjeme pensar, ¿dónde habré leído eso?
—Bueno, entonces creo que este cambio que yo
observé en su comportamiento se debe a la iniciación en el conocimiento de una
física misteriosa.
—Se habrá vuelto espiritista.
—Bueno, no, aunque sin duda estamos hablando de
conocimientos contiguos. Pero me refiero a que en él encontré una nueva pasión
por los misterios de la ciencia. Mire qué interesante, dice que la ciencia
requiere más que nunca de la imaginación de los escritores, que la ciencia se
ha de interesar por las humanidades como nunca antes.
—Incomprensible.
—Yo no entendí tampoco. Pero hemos quedado en
vernos, organizar una cena.
—Otro cenáculo...
—Verá, por ahora no. Con el café de esa italiana me
alcanza.
—No suena mal, me avisa y vamos juntos.
—Dígame, ¿ese libelo de ahí es suyo?
—No, pensé que era suyo.
—Lo habrá dejado alguien
—Se llama Destrucción...
—Otra publicación anarquista.
—No la conocía.
—Qué quiere, hay más opúsculos que pelos en un
cepillo
—Atención, viene de Montevideo.
—En voz alta, por favor.
3 comments:
espástico. lo que es la palabra justa!gracias astllr, gracias real academia on line
me faltaba una esdrújula
Me gustó.
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