Saturday, January 12, 2013

alerta naranja


Bajaba por Yí con las primeras ráfagas frías en la cara. Las bolsas de basura avanzaban a ras de la tierra como naves espaciales de un planeta amorfo, después subían en la esquina con Canelones en un remolino que nunca terminaba de formarse tapando intermitentemente la luz de yodo sobre el cruce.
Sobre la nueva calle abierta, allá en Gonzalo Ramírez donde estaba el Corralón, los relámpagos mudos y continuos hacían levitar a Santa Rosa recortada contra el cielo lacerado de violeta.

Al principio no me llamó la atención, pero luego fue la confirmación de una incomodidad: una figura esperaba en la puerta de casa.

Con el tiempo pude acostumbrarme a la concentración de pastabaseros de todas las edades y sexos merodeando la boca macabra de la esquina con Maldonado, derramándose todas las tardes en los escalones de mármol, en los cordones de granito y contra los troncos de los plátanos testigos. Pero esta figura era más oscura, más negra y más erguida, con algo de recorte de foto.

Entre los ramalazos de luz intentaba verle la mirada, pero fue en un ramalazo de sombra que distinguí el brillo de los ojos. De lejos ya me estaba mirando.

El perro-rata del balcón de al lado no sacó la cabeza deforme entre las rejas, tampoco el perro-pájaro del primer piso de enfrente, que ladra cada vez que llega una visita parado en dos patas y asomando el cogote.
Tampoco estaba la tribu pastabasera. Seguramente había corrido a esconderse debajo de las marquesinas de 18, roídas por el tiranosaurio de la desidia y las radiaciones ultravioletas.

A lo que me acercaba, seguíamos mirándonos. Y yo seguía mirando porque pensaba, en un hilo de esperanza, que era alguien conocido que no ubicaba. Pero progresivamente, y rápidamente, me iba poniendo nervioso, quién mierda sería.

Ya a diez metros sentí la penetración de sus ojos, negros como pozos, finos e infinitos. Los descubrí algo rasgados cuando estuve más cerca. Por suerte no me resultaron amenazantes sino como calmos, cansados, diría exhaustos. Pero había algo más. Había una chispa viva, un júbilo, como si sonrieran lejanamente pese a la seriedad del resto de la cara, esta sí, impávida.

Estiró la mano para saludarme, algo torpemente, y con la otra se agarró una cosa parecida a una boina negra que le quedaba grande, como para ocultarse.
Al descubrirse le vi un pelo negro y ondeado de curioso brillo y unos bigotes largos que me resultaron familiares porque eran parecidos a los míos. Me preguntó, entonces, con una voz ligeramente aguda, sin afectación alguna, si yo era XX.
Sí, le dije, y le pedí disculpas por no recordar el nombre suyo, porque a esa altura la cara también me resultaba familiar, pero los nombres y las fechas no los recuerdo nunca.
No se preocupe, me dijo. Yo sólo necesito tener unas palabras sobre un trabajo que usted hizo.
Me corrió un escalofrío por la nuca.

Un trabajo de qué, le dije cortante. Porque yo trabajo en muchas cosas. Pero estaba seguro de que era por un trabajo de edición, y ahí los errores siempre se notan después, son como aves de rapiña que esperan meses planeando.
Y efectivamente, me dice:

Un trabajo de lectura que usted hizo sobre una prosa del poeta Julio Herrera y Hobbes.

El escalofrío siguió espaldas abajo. Se refería a un trabajo de cotejo que había hecho un tiempo atrás, entre los originales y la transcripción. Me había llevado un año más o menos, un trabajo plagado de dificultades, de escalofríos y transpiraciones. De todas maneras, busqué la tangente.

Mire, le digo, esa selección de textos no la hice yo, y el prólogo tampoco. Lo más indicado sería que hablara con...

No no, me dice, yo no quiero hablar con XIX. ¿Usted no fue el que hizo el... la... el...?

Entonces se interrumpió y empezó a buscar algo adentro del saco que tenía puesto, hasta que encontró y sacó el libro, de tapas color verde yerba mate. Abrió la página del colofón y leyó en voz alta sin mirarme:

...el “cuidado de la edición”?

Sí, efectivamente.

Él levantó la vista, en una distracción teatral, y siguió sin mirarme: miraba contra las luces de yodo las primeras gotas gordas que caían dejando en la vereda unos círculos grandes y negros.

Pude haberle preguntado quién era él. Pero era una pregunta tan simple, tan directa, que podía romper una conexión que empezaba a intuir como demasiado sensible, como extremadamente delicada. Si él consideraba que no tenía que presentarse, había algo en él que tampoco me permitía dudar de su necesidad de llegar hasta mí.

Por un lado estaba tranquilo porque adentro de casa estaba Simba, que es cimarrona. Pero, por otro lado, Simba iba a ser el problema de siempre, se le tira a las visitas como para comérselas vivas.
Abrí la puerta y no lo hice pasar, primero entré yo para buscar la luz de adentro (la del zaguán siempre está rota) y atajar a la perra, pero mientras subía la escalera y abría la cancel el tipo ya había entrado y Simba no ladró nunca. Aún más, sentí junto a mí su jadeo alegre, como cuando vengo solo.
Pase, pase, le digo al tipo, que ya me había adelantado y estaba entrando al escritorio.

Le pedí que se sentara en el bergère que tiene la pata sana, porque el otro nunca quedó bien, se balancea, hace ruido al golpear la pata en falsa escuadra.
Pero el tipo no escuchó o no hizo caso y se sentó en el roto, que está contra el balcón a la calle. Y mientras se sienta toca, al pasar, la cortina, no sé si para confirmar que el postigo estaba cerrado o para ver la textura de la tela. Y más rápido, fracciones antes de quedar sentado, no sé cómo hizo, pero tiró la cola del sobretodo para atrás, como un concertista de piano, cruzó las piernas y se quedó ahí quieto, atusándose lentamente los bigotes entre que yo me sacaba la campera y prendía otras luces y le decía a Simba en un idioma incomprensible que ahora le iba a llenar el plato.
Después me senté atrás de mi escritorio, grande y pesado como el mundo.

Cada tanto el hombre miraba para el costado, para el fondo, los patios sucesivos, intermitentemente iluminados por los relámpagos que atravesaban las claraboyas y traían el temporal y toda el agua de la atmósfera caía entera y Simba se sentaba y se paraba y se volvía a sentar, estupefacta, mirándome como una estatua que gemía.

Con el primer gran trueno encima nuestro, como una obertura de Wagner, el hombre se inclinó un poco hacia delante (el bergère ni se movió) y muy despacio dejó sobre el escritorio el libro verde. Y mirando eso empezó a hablar con una voz algo modificada, algo automática, más aguda y neutra, como hablando en público.

     Estimado XX, me dice. He leído, con muchísima atención su trabajo y le pido que considere mis observaciones apenas como eso, observaciones. Su esfuerzo ha sido hercúleo, aunque el resultado no lo sé. Entiendo perfectamente: hizo Usted lo que estuvo a su alcance, en vista de lo cual puedo decir que su trabajo ha sido relativamente exitoso...

    Intenté aclarar, casi retóricamente:
Le decía que el trabajo no es mío. Yo no hice...

El tipo tampoco se detuvo ahora, siguió hablando por debajo como si yo no hubiera hablado y mirando la opalina alta y ambarina, apoyada la cara ligeramente en dos dedos, la muñeca algo quebrada, el codo apoyado en el alto posabrazos. Estaba como en trance.
    
     ...y a veces, ciertamente, mitigamos un elogio por simple mezquindad en este agujero de ingratitud en el que vivimos porque, por más que intento extirpar el adverbio, éste sobrevive, estimado XX: sí, dije “relativamente”, es decir que subsiste a pesar de mi criterio, como habrá comprobado en la lectura, de mi exquisito gusto enfrentado a esta fonología de espanto.

Hizo un silencio largo, la cabeza inmóvil, la boca en la misma posición, la mano ahora paralizada. Luego siguió.

Pero dejemos al habla que se manifieste hablando, que se manifieste como el resto de los seres vivos.

Mire, le digo tratando de no tartamudear. Eran dos volúmenes transcriptos de originales borrados y manchados, escaneados de diarios ajados, desleídos y carcomidos...

Él como si nada. Me puse más nervioso y agregué:

Por no hablar de los textos manuscritos...

Siguió adelante.

Le decía, leyendo repetidas veces, que no es necesario adivinar que Usted ha leído cada línea, cada coma, cada espacio entre palabras. Lo que quiero decirle es que, habiendo hecho algo más que leer, ha hecho, también, algo menos. Ha estado usted a ambos lados de la lectura y ha percibido el nervio estampado en el papel.

Entonces le pregunté: ¿se refiere al momento en que la pluma escribe o cuando el plomo imprime?

Pero siguió como si yo no hubiera preguntado nada.

Y sí, es muy seguro que haya errado, digamos, circunstancialmente, mi querido amigo. No obstante, compruebo, se detuvo en cada instante de la duda, pude ver que representaron para Usted, más de unas diez o doce veces, dolorosas agujas padecidas con el estoicismo de un verdadero fakir de la escritura.
Lo que me deja pasmado, le confieso, es que Usted haya dejado todo el asunto tal como fue escrito, porque no estamos hablando de errores del autor, ciertamente, porque no los hay en ningún caso. Decidió Usted, con la sabiduría de un búho, no tocar nada, no establecer criterios ni afirmar sistemas sintácticos que no reflejaran la frondosidad de esos árboles de lenguas que cultivo.
Usted no descubrió a nadie, XX, es obvio, y no se aflija por esto. Deje los laureles de la exhumación, abandone las cocardas de la gloria al paciente investigador, porque quien mucho investiga siempre encuentra algo. Pero le pido, por favor, que se regocije en lo hondo de la tarea que Usted ha llevado adelante. Yendo al grano, quiero decirle que...

Pero en ese momento sonó un trueno largo. Y el tipo siguió hablando. Y yo no escuchaba, porque el trueno se encadenó con otro y después con otro y con otro.

Sumado al enigma de su presencia, se agregaba ahora el enigma de la atmósfera y la sucesión interminable de truenos que duró el tiempo exacto del speech del poeta, con el agregado alucinante de una sucesión de estroboscópicos relámpagos que iban dejándolo congelado en expresiones asombradas, cómicas, patéticas, dubitativas, hasta terminar en una sonrisa satisfecha y enorme dándome a entender que me había transmitido una Verdad Suprema que nunca pude oír. Quiero creer que era una revelación más para él que para mí.

Entonces se paró de golpe desde el bergere, no tanto como un resorte sino como una tabla que se hunde de una punta y se eleva del otro, como un vampiro al salir del ataúd.
Sin perder la sonrisa avanzó en tranco decidido hacia la puerta ignorándome ya, y retirándose con la satisfacción de un deber cumplido. Simba aulló al ver que me levantaba detrás y lo seguía hasta la cancel como para salir de nuevo.

No sé cómo bajé los escalones con esa oscuridad, porque no me dio tiempo a prender nada. Pero al abrir la puerta, la luz de la calle cortó de naranja a todos los escalones del zaguán mientras la sombra del tipo se plegó como un acordeón y después desapareció de pronto porque, sin darse vuelta siquiera, cruzó la calle en diagonal, bajando como hacia el cementerio, con paso ágil y elegante sin que la lluvia lo tocara.




15 comments:

El conjuro de Merseburg said...

el primer impulso es: tengo que decir algo. Y el segundo: no encuentro qué decir. Mejor será, silencio y chapeau. Salú!

z said...

Es un buen cuento. Hasta sonié con él.

Z said...

Lo que quiero decir es que es excelente (porque releí el comentario, y no quedaba claro).

astllr said...

no me extraña el sueño, z, porque el cuento está dedicado a Usted, y así será consignado cuando se imprima en el molde de la gloria, muy en breve por cierto. Porque recordará que la idea, brillante, fue suya.

¿Cómo llamarla: María, "El conjuro", "María de Merseburg"? Me hace wikipedear. En cualquier caso, calle cuando quiera.

*** said...

Me evocó a Paco Espínola, ya te lo he dicho personalmente. La atmósfera inicial, tiene algo de "Rodriguez" y su encuentro con Lucifer.
ah, los sueños

*** said...

Z ¿regresó de Escandinavia?
Bienvenido!!!

El conjuro de Merseburg said...

Tiene razón jntkdvr... y caigo ahora en la cuenta que tengo que llevarle una flor a Paco y otra a mi viejo, que antes se las llevaba él y con el que soñé anoche... un sueño lleva a otros.
Astllr, llámeme Hildegarda von Bingen, o Hilde, o María, o Magdalena, o bruja, o uno distinto cada vez.

Salut!

*** said...

Conjuro: que hermoso gesto, ¿donde moran los restos físicos de Paco?

Astllr, que fenómeno que está el video del viejo Lobo Bowie!
Gran aporte!

astllr said...

cierto, hilde, un sueño lleva a otros, a veces recordamos sueños en otros sueños, aunque puede ser sólo otra ilusión típica de los sueños, un deja vu onírico.

La pregunta es buena, jk, donde moran los restos de Paco? Por un momento se me ocurrió una colección de fotografías de tumbas de grandes maestros de la literatura nacional, sacadas por un fotógrafo profesional que podríamos presentar (al proyecto) a los fondos concursables. Se llamaría "Requiem por la literatura uruguaya".

El conjuro de Merseburg said...

Ciudad de San José, al final de la avenida. Allí duermen varios de una familia sefaradí devenida en portugueses (los míos). Tradición iniciada por mi abuelo, que era amigo. Continuada por mi viejo, que era el hijo del amigo. Cumplida por mí sólo una vez, sola una vez. Habría que volver...

cirro y cúmulo said...

no se si entra en la categoría de maestro, porque nadie le da bola, pero en estos días voy a pasar por la de urdangarín (l.s.garini)en mercedes. me encanta ese proyecto astllr.

el cuento es magistral, quien le dice que un día no le lleven flores a la tumba, el molde de la gloria, "la honra cría las artes" cita el autor del lazarillo.
pero el cuento es magistral en serio, lo voy a leer varias veces

grande!

salud!

monstruo said...

"el tiranosaurio de la desidia"... que lo parió...

astllr said...

hilde, usted DEBE continuar la tradición

flores? sólo quiero que me lean

gracias mostro

*** said...

Si no tiene inconveniente el fotógrafo del proyeco Requiem por la literatura" voy a ser yo. Podriamos hacer requiem por varias cosas además.

YO quisera la frase de fontanarrosa:
"Junta aqui reposa, en su vida no hizo otra cosa".

Zeta said...

Ahora sí regresé, Junta. Puedo escribir con ñ, si quiero. eñe eñe eñe.

Yo le agradezco, astllr, pero una idea no es nada. Me oye, ñada.