No
sólo la razón y el sistema (cartesiano) han liberado al arte de lo que tiene o
tuvo de su aristos, también lo convierten en asunto de común conocimiento y
satisfacción colectiva, en el caso en que estemos hablando de una mínima
competencia. Así como las gentes comunes han accedido a lo que estuvo por
siempre reservado a una aristocracia cultivada, hoy gozamos de una
democratización indisimulable de bienes incalculables que las
grandes masas, exponencialmente grandes, han visto como ascenso de su conocimiento general y de eso que
algunos llaman “calidad de vida”. Por esta misma razón, la responsabilidad del
artista es infinitamente mayor. Su arte se ha visto repartido y compartido aquí
y allá y por lo tanto debe tener la modestia y el coraje, que tantas veces
escasean, como para hacer de su obra un asunto de interés público, es decir
entregar y facilitar su acceso sin que sienta menoscabo alguno en la tan loable tarea.
Por estas razones afirmo que el crítico debe velar por la organización racional
y debe aniquilar todo asomo de experimentación formal pues, como es sabido,
sólo debemos experimentar en la sociedad misma y en las formas alternativas del
vivir, de lo cual el arte es sólo una manifestación refleja, una conciliación,
una resolución plástica de un problema insoluble, que se puede llegar a vivir,
ay, intolerable. Esto, sin embargo, no es el centro de mi argumento sino sólo
un preámbulo que está dando, digerido para ustedes, el corazón en llagas de mi
posición revolucionaria. Aunque el arte existe, el arte es actualmente un
fenómeno indistinguible, inesencial e intermitente, por lo cual se le deben
adivinar comportamientos de repetición y continuidad que ya no dependen de la
mano que le da de comer sino de la mirada del perro que aguarda. El desvelo
interminable del poeta que prepara el mate en la tarde gris, con suerte
avizorando una idea brumosa sobre la quieta bahía, representa todavía menos en
los términos innegociables presentados por el mudo lector que va a ver lo único
que quiere ver, pues lo que está buscando será la respuesta eventual al problema imposible de la
última pelea con la suegra, de cómo esconder a una nueva amante, de cómo lograr
un magro aumento de sueldo y, en fin, de cómo fracasar, acaso, en este caso. En
otras palabras, el arte no significa nada enfrentado a la actividad de la
demanda en los términos planteados por la desesperación de la oferta. No hay
aquí un extremo más pobre que otro, pues sabemos también que los artistas, también, tenemos que comer. ¿Qué es hoy una buena oferta que no considera una
estrategia de venta, un golpe de publicidad, un regurgitar incesante de jugos
digestivos? Como preguntó el profesor Bartolache ayer mismo en el Polo Bamba en
un sonado cuestionario a la marchanta: ¿existe una propensión a la difuminación
de la voluntad creadora en un rocío de ínfimas opciones, de diminutas encrucijadas, de
inquietas concentraciones de recuerdos y corroídos deseos? Lo mejor sería no
aventurar respuesta alguna, no por temor a la interpretación, sino por tener la
delicadeza, una vez avizorada momentáneamente una certeza, de seguir la marcha
en busca de horizontes, morales dirán algunos, que nos reconcilien con la
humanidad en el sentido más individual, mejor dicho más individualista,
posible: nos mira un perro, nos mira una mosca, nos mira el deshumanizado
mendigo con la cuenca negra de su mano. Dirán otros: hay tanto arte allí.
Entonces yo pregunto, siguiendo con el profesor Bartolache: ¿haber roto al arte
como molde perfecto de la vida, de Dios, de la naturaleza, no habrá hecho más
que empobrecer la vida? Cuando digo empobrecer me refiero a insistir con asuntos trillados
como la linealidad versus la circularidad del tiempo, por poner sólo un caso.
El empobrecimiento no resulta más que de la comparación y Bartolache condenó palmariamente la comparación, la acusó de haber sido el Gran Error, el cual ¿coincide? con el
nacimiento de lo que se llama comunmente “vida inteligente”, es decir, conciencia
de sí mismo, compasión u homicidio. Bien y mal, sabemos de sobra, son la base
de la comparación, y en el medio toda la justificación del atropello y de la mala
educación. Como dijo el maravilloso amigo Vicente Rodríguez Casado desde la otra
mesa y de quién hablaré en otra oportunidad: “Es horrible pero es así”.
8 comments:
Como dijo aquella filósofa: ¡tal cual!
Instigar, dejar ver, sugerir la luz entre la bruma, dejar evidente que detrás de cada "caída a fondo" y de cada "pequeño desliz" puede estar el deseo inmenso, inconmensurable de "una revelación", "una epifanía", "la felicidad más absoluta", "la búsqueda infinita", "la aventura de vivir" (algo así parece decir Jung). Quizás eso debería pretender el arte, revelar y volver a revelar sobre la revelación anterior. Algo así como decir: "esa tristeza es, en realidad, un ansia de luz y el ansia es la piedra de toque para la búsqueda apasionada, la instigación a la vivencia y a realizar la edificación humana."
Tengo la impresión
En eso estamos. Justamente en eso.
Estás en eso ivened, ¡Aleluya! y bienvenid@!
Salud!
"el arte no significa nada enfrentado a la actividad de la demanda en los términos planteados por la desesperación de la oferta" Esta afirmación es de las más lúcidas que he leído en los últimos 100 años. Quizás la primera gran frase de este siglo.
Festejemos (destapo una botella de Chandon, me sirvo una copa y me la tomo).
Fabulos Ast!!!
Usted, Astllr, ha devenido en un pergeñador de Luz. (y quizás sea su amante)
la lú, la lú!!!
uno insiste insiste y al final algo queda
Me hizo acordar a
"apaga lú, Marilú apaga lú
que ya no puedo dormir con tanta lú.
Los borrachos en el cementerio
juegan al mus"
Linda copla, seguramente de origen ancestralmente andalú.
Salú
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