Fui un niño lunático, con un género nuevo de lunatismo. Una hermosa niñez fotogénica. Los 15 años fueron detestables: empecé a ver que siempre sería un espectador. Aislado en la fiesta o al menos lo que yo creía que era la fiesta. Ese núcleo, ese centro que atraía todas las cosas hacía sí, las niñas hermosas, la luz los perfumes y el sonido. Nunca una silla para mí cuando se cerraba el telón. Todo estaba lejos, muy lejos, como cuando de una cama a otra cama, en la noche, en una habitación de mala muerte, uno escucha que el otro se remueve apenas y se queja.
Pero una noche, caminando sin rumbo, descubro una rugiente bola de fuego, una estrella de sueño definitivo en el cielo angustiado. Y ese centro de vida, de movimiento de relojería y de cascada, esa estrella, me acompaña hasta mi casa, que esa noche es un pabellón dorado, con banderines al viento.
Y de allí en adelante, frenético, me arrojo contra la oscuridad y la transcurro y la derroto y entro a mi habitación con las sienes en llamas porque esa estrella, desde el fondo de mi ser, me ha incendiado.
Julio Inverso
"Diario de un agonizante"
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