Pobre tío ernesto. Era buena gente y seguro lo sigue
siendo, pero da igual, porque vive en un mundo que sólo conoce él y que no debe
ser agradable. En parte fue el mundo que él se fue haciendo y en parte el mundo
que le tocó, pero no merecía el mundo que le tocó, aunque haya sido una
continuación del mundo que se fue haciendo.
Era
una tipo alegre, algo mayor que mi viejo. Y mi viejo siempre le debió mucho a
él, porque a mi viejo, cuando decidió irse de Argentina para vivir en Uruguay,
el tío Ernesto lo ayudó mucho, le dio trabajo en la barraca que tenía en la
calle Dante. Mi viejo atendía al público al principio, después a los
proveedores, y entonces pudieron establecerse con mi vieja. Mi viejo se había
ido a Uruguay porque había conocido a mi vieja en un verano, en Parque del
Plata.
Mi
viejo era de Azul, pero mi vieja no se quiso ir a Argentina, si no yo habría sido
porteño y la vida habría sido muy distinta, seguramente no me habría venido a
vivir después acá, a Elizabeth, porque a mi viejo nunca le gustó Uruguay y
me transmitió eso diciéndome todo el día que tenía que irme de Uruguay a
trabajar de verdad en un país de verdad, decía esto prácticamente todos los
días.
Eran
muy amigos mi viejo y el tío Ernesto. Mis mejores recuerdos son de la época
cuando creo que todavía tenía alegría de verdad, porque me llevaban todos los
domingos de mañana a ver a Peñarol. Cuando jugaba Morena los tipos deliraban,
se abrazaban y lloraban y saltaban como todo el mundo, enajenados, olvidados de
todo, y el tío me abrazaba y me decía: “miralo bien, miralo bien al potrillo
porque nunca más vas a ver algo igual”. Yo le creo, debió ser así, pero el
fútbol dejó de interesarme sin darme cuenta y acá el fútbol es otra cosa, medio
que es un juego de mujeres, entonces es un bodrio y el béisbol peor.
El
tío no tuvo hijos, por eso siempre me quiso mucho, y yo a él. Por eso cuando se
vino a Elizabeth me trajo con él.
En
Uruguay, tenía una esposa que se llamaba Olga, una gorda simpática, todo el
tiempo con el pelo batido y las uñas pintadas de rojo con medialunas blancas y
pañuelos a lunares, me quería mucho también. A veces Olga y el tío me llevaban en
un fiat 600 a
hacer picnics y asados en el Parque Roosevelt o nos íbamos a alguna playa con
una heladera de espuma plast con cocas de a litro y milanesas al pan. Esto lo
hacíamos también con mis viejos, a veces íbamos todos, los cinco, yo era el
único pibe, y entonces creo, por lo que ellos me querían, que Ernesto y Olga no
pudieron tener hijos y por eso mi tío me recibió y me dio laburo y terminó
haciendo todos los trámites cuando me vine a vivir acá.
Llegué
el 17 de octubre de 1987, a
mis veinte años. El tío vino a buscarme al aeropuerto con la nueva mujer que
tenía, una gringa de Jersey City, no sé bien exactamente, que llegué a ver un
par de veces, después nunca más.
Cuando
la conocí tenía una mancha en un costado de la nariz, pero luego esa mancha
creció y ya dejé de verla, porque entró en una enfermedad por la que tuvo que
aislarse y el tío Ernesto fue desapareciendo del mundo según la enfermedad iba
avanzando. Entonces él mismo me alquiló un basement
cerca de la empresa de pintura de él, donde ya había empezado a trabajar, y ya
no me dejó entrar a la casa de él. Me atendía en el porche y me decía que lo
mejor era no entrar porque Kathy no se sentía bien, que el médico le había
indicado no recibir visitas, etcétera. Pero yo no quería visitar a la mujer de
mi tío sino a él, pero el tío no quería hablar.
Se
mudó la oficina a un depósito que estaba subiendo una escalerita de mano, de
tal forma que era imposible entrar y desde abajo se lo podía ver por la ventana
todo el tiempo frente a la pantalla o hablando por teléfono. De algún modo, fue
como si el tío Ernesto se hubiera muerto y lo que yo veía era solo un
holograma.
Un
año después de esta migración del tío, llegó el amigo Marionizer, como yo le
digo, después de comer, y me pidió que lo acompañara en la camioneta y en un
momento en que veníamos hablando de mujeres, él cambió de tema, lo cual era
extraño, y se fue contra un cordón, paró y sacó del costado una Bizarre Magazine.
Yo no sabía que él leía Bizarre, porque yo las conocía bastante, porque siempre
las ojeaba en el kiosco esperando el tren, y éste era de unos números atrás que
obviamente se me había pasado.
Entonces
me muestra una foto de una página con un título que decía “El extraño caso de
la mujer sin cara”. Me acuerdo de esto porque todavía no había salido Face Off,
la película con John Travolta y Nicholas Cage, y me acordé mucho de todo esto
cuando fui a verla y quizás por eso me impresionó tanto.
El
artículo nombraba, con nombre y apellido, a la mujer de mi tío, así que no
había dudas, y además ella estaba del busto para arriba mirando a la cámara.
Mirando es un decir, porque en el lugar de la cara tenía una máscara sin
expresión como de cartón, como con unos ojos, como la sombra de una nariz, y
una boca sin sonrisa. El artículo decía que la pobre Kathy había padecido el
avance de un hongo extraño o de una bacteria, no recuerdo bien, que le había
empezado a devorar la nariz, luego la boca y después toda la cara al punto de
que la cara se le había transformado en un cuenco.
No
decía una sola palabra del sufrimiento o de la vida cotidiana, lo cual no es
habitual en Bizarre, que siempre ofrece detalles de la vida de los freaks que
muestra, pero no decía nada y seguramente haya sido una condición que puso mi
tío para sacar esta foto, además de los cientos de miles de dólares que le
habrán pagado, de otra forma no me explico como accedió a hacer algo así. Otras
veces pienso que no, que no le pagaron nada y que publicando esa foto era su
manera de decirle al mundo (no a la gente cercana) la pesadilla por la que
estaba pasando su mujer y él.
Luego
de esto le pregunté a las negras de abajo si sabían algo de Kathy, que hacía un
año que no la veía y ellas no decían nada, como si no les interesara. Entonces les
dije que había escuchado que había tenido una infección en alguna parte y una
de ellas dijo, ah sí, yo escuché lo mismo, algo en la cara. Era sólo una
confirmación inútil, porque la foto de Bizarre lo decía todo.
Unos
meses después Kathy se murió, fuimos al entierro y al funeral como si fuéramos
al entierro y al funeral de una persona normal, mi tío recibía los pésames como
si fuera un viudo normal y luego de ese, pensé, a lo mejor iba a volver a la
alegría que yo le conocí. Pero no, se quedó en eso, en su oficina inaccesible
todo el día frente a la computadora o hablando por telefóno. Tampoco me dejaba
entrar en la casa y me recibía en el porche diciéndome que la casa era un asco.
7 comments:
Me encantó. Si le agrega un poco de sexo ya tiene una novela.
Justo estoy leyendo Pastoral Americana, de Philip Roth, y la mujer del Sueco es de Elizabeth. ¿A qué dice que se dedicaba el tío Ernesto?
Bueno, eso, que muy bueno.
Besos.
jeje, esto es el capitulo de una novela, donde hay mucho sexo.
tio Ernesto tenía una empresa de pintura y albañilería cerca de la vía del tren, de lo primero que se ve viniendo desde Newark, la debe tener todavía, gracias!
en estos dias ando sin maquina...
historia fascinante
sin máquina, es un desafío a su humanidad
cazasuecas es muy bueno
una actividad encomiable
el rostro borrado
es la pesadilla perfecta
Una novela, que bueno.
Al leerlo me despertó admiración que haya resistido la tentación de darle más libreto a este personaje tan interesante.
¡Un desperdicio! pensé. Y después, un acto de grandeza.
Estar sin máquina es más fácil de lo que parece. Es como sacar la cabeza por la ventana y tomar una bocanada de este aire montañés.
su cuento muy cinematográfico sí,
y
que buen video!
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