cigarrillo negro: sería que el optimismo que Lovecraft atribuía a los que se acercan a la verdad reptante, oscura del mundo que opera en las tinieblas del mundo, es un reflejo último de supervivencia; y aquel humo en lugar de basura, quemara algun campamento gitano de las afueras, una "limpieza" oculta detras de las ultimos operativos de higiene infinita de las guerras balcánicas.
Mucho tiempo ha pasado desde que di con mis huesos aquí, en estos lugares graves y divertidos. Llegué buscando refugio político.
Fui guerrillero a contra-natura en un país imposible, que hoy extraño entre las brumas y pienso que fue un sueño, una construccion abstracta en nuestras cabezas. Donde desarrollabamos un libreto escrito por un guionista paranoico, que quería ser arquitecto o Dios. Nunca volví, ni a ver a los hijos que dejé, creo que por miedo al dolor y un poco de pereza.
Aquí aprendí a mercar, tarea naturalmente despreciada por los señores de la tierra -de la guerra, del partido- a negociar aquí y allá, en murmullo silencioso. Todos necesitaban cosas griegos, italianos, rumanos, turcos, sirios, bosnios, austríacos, nazis, judios, tanos, cristianos, eslavos, hunos, rusos y ortodoxos. Y yo estaba ahí, naturalmente, para proveer, para vender y comprar, llevar y traer, sumiso ante los poderosos, humilde con los humildes, simpático con todos los que tuvieran monedas o algo que transar. Me movía sigilosamente en la paz y en la ruina. Pasaron remolachas, azucar, tabaco, mujeres, opio, papas, adolescentes, oro, kalashnikovs, o lo que fuera que se necesitara, para complacer a mis clientes.
El humo sobre lugares ruinosos aún, de la guerra aún caliente, me hacían pensar en los primigenios jinetes hunos que empujaron a los eslavos, en disputas bizantinas entre cruces ortodoxas y míticos navios con proas de dragón. Y se confundían las angustias y la tristeza gitana con el horror de las expulsiones de los albanos, el refinamiento musulman otomano, las fiestas y persecusiones, la procreación incesante y los genocidios. Y las mujeres voluptuosamanete misteriosas.
Con el último mate caliente, pensé en ella, maldita puta. Por su figura y su concha decayeron mis emprendimientos, mi interés y mis contactos comerciales. No me desprendía de ella, a pesar de la ofertas. Y luego de venderla, le seguí el rastro desde Belgrado a Budapest, y casi me matan mis antiguos socios persas. Iba tras ella, pero ya la tenìan los turcos. Los que traen a las etíopes, a las vietnamitas y las Chinas y armas del Yemen.
Logré por fín, luego de varias casualidades que Yussuf me recibiera. No era el jefe, pero tomaba las desiciones. Siempre me resultaba fantástico su refinamiento, sus conocimientos generosos y el respeto con que hablaba de toda costumbre. Pertenecía a una estirpe de comerciantes, de
mercaderes, que desde la profundidad de los siglos, habían trazado toda ruta de caravanas: la del opio y la seda y todo puerto mercante del mundo conocido. Uno se sentía magicamente complacido, luego de tratar con él, ya fuera que hubiera logrado venderle o comprarle al precio deseado o no.
Yo era un comerciante por necesidad, detestaba en general lo que hacía y por eso mis resultados, mis ganancias eran magras, angustiosas.
Conversamos, le rogé, le supliqué que me la volviera a vender, que le daba lo que mas le sirviera de lo que poseía, incluso alguno de mis apartamentos en Calcuta, Budapest, Belgrado o Moscú. Mis contactos. El me miraba desde sus profundísimos ojos negros, comprendiendo todo.
- Es imposible, decía, es imposible querido amigo. Los dos perderíamos, no puedo detener el flujo impetuoso de la vida. Ella, luego de que tu me entregues lo mas valioso, se irá nuevamente. Aunque sé que te ama. Aunque sé que te desea hondamente y escribe hermosas cartas. Pero dime: ¿acaso te pide que vengas por ella?
- No, dije secamente, no lo ha hecho.
- Ven amigo, dame un abrazo, sigamos siendo amigos, unidos en nuestros dioses y nuestro mercar; dejemos lo que no entendemos de la vida a los ángeles o demonios. Ha sido bueno para ambos conocernos, no quiero, no deseo descuidar esta finísima relación que construimos para el mutuo bienestar.
- Si, tenés razón Yussuf, como siempre, lo abracé y descansé en la seda de la camisa de sus brazos morenos, calientes y blandos.
Luego, vuelto a mi apartamento, vendí todo lo que tenía a precios irrisorios, la crisis económica de ese momento habia tumbado los precios de muebles e inmuebles.
Repartí entre mis hijos la mayoría del dinero, aunque casi no me conocían y rechazaron al principio lo que les enviaba a Buenos Aires.
Compré esta pensión o Petit hotel en Pristina, porque ella es de aquí, ella huyó de la guerra en 2003, pero volverá, es gitana tambien.
Y sé, ansío, deseo, no me interesa otra cosa que, esperar en mi vejez, que será la de ella en algún momento y verla pasar por aquí, ya retirada del mundo encantador, para por fin, cumplir acaso un posible destino.
Yussuf me avisará.
Fui guerrillero a contra-natura en un país imposible, que hoy extraño entre las brumas y pienso que fue un sueño, una construccion abstracta en nuestras cabezas. Donde desarrollabamos un libreto escrito por un guionista paranoico, que quería ser arquitecto o Dios. Nunca volví, ni a ver a los hijos que dejé, creo que por miedo al dolor y un poco de pereza.
Aquí aprendí a mercar, tarea naturalmente despreciada por los señores de la tierra -de la guerra, del partido- a negociar aquí y allá, en murmullo silencioso. Todos necesitaban cosas griegos, italianos, rumanos, turcos, sirios, bosnios, austríacos, nazis, judios, tanos, cristianos, eslavos, hunos, rusos y ortodoxos. Y yo estaba ahí, naturalmente, para proveer, para vender y comprar, llevar y traer, sumiso ante los poderosos, humilde con los humildes, simpático con todos los que tuvieran monedas o algo que transar. Me movía sigilosamente en la paz y en la ruina. Pasaron remolachas, azucar, tabaco, mujeres, opio, papas, adolescentes, oro, kalashnikovs, o lo que fuera que se necesitara, para complacer a mis clientes.
El humo sobre lugares ruinosos aún, de la guerra aún caliente, me hacían pensar en los primigenios jinetes hunos que empujaron a los eslavos, en disputas bizantinas entre cruces ortodoxas y míticos navios con proas de dragón. Y se confundían las angustias y la tristeza gitana con el horror de las expulsiones de los albanos, el refinamiento musulman otomano, las fiestas y persecusiones, la procreación incesante y los genocidios. Y las mujeres voluptuosamanete misteriosas.
Con el último mate caliente, pensé en ella, maldita puta. Por su figura y su concha decayeron mis emprendimientos, mi interés y mis contactos comerciales. No me desprendía de ella, a pesar de la ofertas. Y luego de venderla, le seguí el rastro desde Belgrado a Budapest, y casi me matan mis antiguos socios persas. Iba tras ella, pero ya la tenìan los turcos. Los que traen a las etíopes, a las vietnamitas y las Chinas y armas del Yemen.
Logré por fín, luego de varias casualidades que Yussuf me recibiera. No era el jefe, pero tomaba las desiciones. Siempre me resultaba fantástico su refinamiento, sus conocimientos generosos y el respeto con que hablaba de toda costumbre. Pertenecía a una estirpe de comerciantes, de
mercaderes, que desde la profundidad de los siglos, habían trazado toda ruta de caravanas: la del opio y la seda y todo puerto mercante del mundo conocido. Uno se sentía magicamente complacido, luego de tratar con él, ya fuera que hubiera logrado venderle o comprarle al precio deseado o no.
Yo era un comerciante por necesidad, detestaba en general lo que hacía y por eso mis resultados, mis ganancias eran magras, angustiosas.
Conversamos, le rogé, le supliqué que me la volviera a vender, que le daba lo que mas le sirviera de lo que poseía, incluso alguno de mis apartamentos en Calcuta, Budapest, Belgrado o Moscú. Mis contactos. El me miraba desde sus profundísimos ojos negros, comprendiendo todo.
- Es imposible, decía, es imposible querido amigo. Los dos perderíamos, no puedo detener el flujo impetuoso de la vida. Ella, luego de que tu me entregues lo mas valioso, se irá nuevamente. Aunque sé que te ama. Aunque sé que te desea hondamente y escribe hermosas cartas. Pero dime: ¿acaso te pide que vengas por ella?
- No, dije secamente, no lo ha hecho.
- Ven amigo, dame un abrazo, sigamos siendo amigos, unidos en nuestros dioses y nuestro mercar; dejemos lo que no entendemos de la vida a los ángeles o demonios. Ha sido bueno para ambos conocernos, no quiero, no deseo descuidar esta finísima relación que construimos para el mutuo bienestar.
- Si, tenés razón Yussuf, como siempre, lo abracé y descansé en la seda de la camisa de sus brazos morenos, calientes y blandos.
Luego, vuelto a mi apartamento, vendí todo lo que tenía a precios irrisorios, la crisis económica de ese momento habia tumbado los precios de muebles e inmuebles.
Repartí entre mis hijos la mayoría del dinero, aunque casi no me conocían y rechazaron al principio lo que les enviaba a Buenos Aires.
Compré esta pensión o Petit hotel en Pristina, porque ella es de aquí, ella huyó de la guerra en 2003, pero volverá, es gitana tambien.
Y sé, ansío, deseo, no me interesa otra cosa que, esperar en mi vejez, que será la de ella en algún momento y verla pasar por aquí, ya retirada del mundo encantador, para por fin, cumplir acaso un posible destino.
Yussuf me avisará.