Monday, November 17, 2008

Veinte minutos de terapia




—¿No lo acompañan al check in?
—No. Tengo que agarrar un carro porque se me caen las cosas, se me abre el bolso donde tengo todos los lentes. Sigo trayendo cosas que dejé en lo de mi hermana, todavía me queda una biblioteca entera y me compré LA LÁMPARA. Y la caja de LA LÁMPARA es como el envase de un misil, así que había un problema allí. Le mandé pintar mi nombre, todo bien. Pero iban a querer abrirla en el control. Previendo que iban a querer mirar adentro, llevaba una cinta pato y me había comprado una tijera. Después de que los tipos miraran, pensé, le pasaba la cinta, sellaba todo y les dejaba la tijera de regalo como diciendo “se la pueden meter en el ojete”. Hago el check in, todo bien, cierro la caja, le paso la cinta y cuando voy a sacar la tijera del bolsillo... ¡era una lapicera! ¡Me había olvidado de la tijera! Traté de cortar la cinta con los dientes, tirado en el piso, transpirando, la cinta pato es indestructible. Le pregunto por segunda vez a la tipa “¿No tenés nada para cortar?”. Me miró mal. Se ve que le partí el corazón a una mujer atrás mío, porque de repente aparece una mano con una lima de uñas de madera. Limé, corté como pude, quedaron unas moñas, tá, marchó LA LÁMPARA. Después tenía que evitar que me pasaran una película polaroid carísima por los rayos X. Les digo esto, me dicen que no, protesto, llaman a un tipo, viene y me dice: es muy simple, esto TIENE que pasar por los rayos, si querés llevarlo contigo lo abrimos o pasa por los rayos. Al final los pasé. No me dejaban llevar dos bolsas de mano, tuve que rogar, repetir por quinta vez que era fotógrafo y que el material que traía era carísimo. Y si la compañía se hacía responsable de lo que pudiera pasar. Con todas las vueltas me olvidé de pedir pasillo. Me tocó la ventanilla después de DOS asientos. No andaba ni la tele ni la música. El avión entró en una turbulencia desde que salió hasta que llegó a Buenos Aires. Doce horas de turbulencia.
—¡Doce horas…!
—Cuando llego a Uruguay me hacen pasar dos veces por los rayos! Bueno, llego y mi vieja no estaba. Así que me tomo un taxi. Y cuando voy a entrar a mi casa me encuentro con la puerta del apartamento abierta. Ladrones, pensé. Me recagué, no sabía si entrar o no. Al final entré. Me parecía que todo estaba como lo había dejado, no me podía acordar mucho. ¡Cuando me fui me olvidé de cerrar la puerta! El apartamento estuvo un mes y medio abierto y nadie se dio cuenta. Busco las llaves y no las encuentro. Busco y nada.
—¿Cómo abrió abajo?
—El portero. Me encuentro con dos cartas. En una me decían que tenía que presentarme en un juzgado por el choque del auto que tuve hace un año.
—¿Usted chocó?
—Me chocaron cuando estaba estacionado. Si no me presento esta semana, no sé. La otra carta era para decirme que no había ganado un premio, que lo había ganado un tipo que yo conozco y que me daban una mención y que me felicitaban. La puta que los parió.
—Se siente mal...
—Ya se me pasó. Estoy ahí sin saber mucho qué hacer, un poco como atontado. Me extrañaba que mi vieja no estuviera, pero con mi vieja nunca se sabe. Quería irme pero no encontraba las llaves, quería llamar a unos amigos, a mi novia…
—¿Ustedes no habían dejado?
—Sí, estando allá sí, pero como había vuelto… Al final me fumé un porro para ordenarme un poco la cabeza, tranquilizarme...
—¿Volvió a fumar?
—Me tranquiliza, me pone bien para ordenar las cosas. Empiezo a ordenar, suena el teléfono: era mi vieja. Estaba en un velorio. Empieza a insistir para que vaya para la casa de ellos, que era domingo, que mi viejo se iba a poner muy contento y que ordenara después. Yo no entendía por qué insistía tanto, y entonces me doy cuenta de que era el cumpleaños de mi viejo.
—Qué negación...
—Mi vieja es así.
—La suya
—¡Ah! Siempre me olvido de los cumpleaños. Los anoto en la agenda, pero me olvido de mirar la agenda. Mi vieja estaba como loca, porque se había muerto tía Poupée. “Se nos fue. Se nos fue”. “Pero mamá —le digo— tenía casi cien años”. “Por eso —me dijo— no llegó a los cien que era el sueño de todos”. Hasta pensaban hacerle una fiesta entre todos los sobrinos. La vieja ni se enteró. Una vida medio al pedo. La única que hablaba con ella era mi vieja.
—¿Cómo estaba?
—Ciega y sorda
—Su madre...
—Ah, la chocaron y le rompieron una luz de adelante. Estaba muy contrariada por lo que mi padre iba a decir. Pero seguía con lo de tía Poupée y cómo no había llegado a los cien. Y entró en un loop de tragedia familiar al que es muy propensa. En cada cumpleaños de mi viejo hace lo mismo, empieza a hablar de la familia y hay que darle bola. De ahí pasó a la situación del país, pero no como criticando. Porque jamás vio un noticiero ni leyó un diario. Le digo: “¡Pará de hablarme en inglés!”
—¿Le hablaba en inglés?
—Cuando está mal se pone a hablar en inglés. Y siguió hablando en inglés, que hay que vender la mitad del campo, que la situación es terrible, que yo no sé qué vamos a hacer. La pone muy mal la venta del campo, porque el campo para ella es todo, porque es ufóloga.
—¿Ufóloga?
—Ufóloga. Se juntan con un grupo de ufólogos una vez por mes para ir al campo de noche y mirar para arriba. Después se reúnen en una casa y meditan y entran en contacto telepático con seres del más allá.
—¿Extraterrestres?
—Si usted le dice a ella “extraterrestres” le puede retirar el saludo para siempre. Para ella son seres del “más allá”. Se juntan todos y cuando entran en contacto, aparentemente estos seres les dicen dónde hay puertas a otras dimensiones por las que pueden pasar y hablar con personas muertas. Entonces van buscando estas puertas de estancia en estancia. Nunca encuentran nada y mi vieja siempre dice que están más cerca. A veces se reúnen a meditar en la casa de mis viejos cuando mi viejo está de viaje, porque no los puede ni ver mi viejo, sobre todo a una, Graciela, una petisa medio líder. Mi vieja me contaba que viniendo del campo de noche había visto un ovni muy cerca flotando como a ras del suelo. Me lo decía con lágrimas en los ojos, pobre, que fue como un foco de algo que andaba de perfil, paralelo a ella, siguiéndola. Ella paró y apagó el auto. La luz se quedó ahí quieta y ella bajó. No hacía ningún ruido. Entonces intentó hacer contacto telepático. Dice que la luz como que la enfrentó y la iluminó y que sintió como un viento caliente y que entonces la luz se partió en dos y se fue una parte para cada lado y que ella se quedó ahí, sola y a oscuras. Dice que pudo hablar con ellos y que le dijeron que la puerta al más allá estaba cerrada por el momento y que yo andaba bien, que el que andaba mal era Fernando, cosa bastante obvia para todos. Bueno, cuando llegamos a casa estaba la empleada que había hecho la... la...
—¿La cena?
—Eso, la cena. Pero en casa esa palabra está prohibida por mi padre. Dice que es de pobre. Tampoco se dice rojo. Se dice colorado. ¿Usted sabía eso?
—La verdad que no.
—Bueno, la mujer estaba desesperada por irse. Mi viejo estaba con un vaso de whisky en la mano y miraba por la ventana al jardín y estaba todo apagado. Fernando drogándose por ahí. Y mi vieja que volvía a hablar de tía Poupée y de tía Poupée. Domingo de noche, triste, horrible. Comimos todos en silencio. Sólo interrumpía la vieja comentando sobre la tía. De repente mi viejo se calienta y empieza a gritar que estaba harto de escuchar de la familia de ella y que era el cumpleaños de él y que le había regalado otra corbata, que siempre le regalaba una corbata y lloraba de furia. Fue hasta la cocina y reventó el vaso de whisky contra la pileta, volaron los hielos, me asusté un poco. Después se fue a acostar y mi vieja se quedó un rato temblando, se tomó dos lexotán y se quedó ahí, medio ida, sentada en un sillón. Y después se durmió, con los ojos un poco abiertos, y yo me quedé sin saber qué hacer. Siempre es igual. ¿Para qué me llamó, digo yo?
—Bueno, era el cumpleaños de su padre. Quizás si usted se hubiera acordado, si hubiera ido directamente... ¿Usted qué hizo después?
—Me quedé un rato mirando por la ventana. Después prendí la tele otro rato y después, cuando vi que mi vieja seguía ahí, agarré la cámara que siempre llevo y le saqué fotos.
—¿A su madre?
—Sí
—¿No se sintió mal?
—No. La luz le daba de una manera rara. Y como además tenía los ojos medio abiertos... ella siempre duerme así. Me llevó un tiempo pero le hice un retrato. “Lexotán” se va a llamar.
—¿Qué va a decir cuando lo vea?
—No lo va a ver. Ella nunca vio una foto mía. Sabe que saco fotos pero para ella una foto mía y una foto carné son lo mismo. Después la llevé en brazos hasta el chesterfield y la dejé durmiendo.
—¡Ah!
—Cuando escuché que mi hermano entraba por la puerta de adelante, salí por atrás. No tenía ganas de verlo. Es como mi viejo, toma y se pone agresivo.
—Es una enfermedad de la familia...
—Al principio parece que no, porque está duro de pala y entonces parece lúcido. Pero al rato empieza como a retrucar todo lo que uno le dice y se empieza a sentir agredido. “Por qué me decís eso?” “¿Qué me querés decir?”. Estuvo preso por pegarle a las novias.
—¿Las novias?
—Si, siempre le pegaba a las novias. No entiendo como si ya lo conocían lo buscaban igual. Muy loco, muy loco Fernando. Una vez salió para una fiesta en el Carrasco Polo, se tomó un ácido y a las dos semanas apareció en San Diego, California. Él dice que no se acuerda cómo llegó. Lo último que recuerda es que estaba en Lieja y Santa Mónica y que empezaba a llover. Hubo que pedir colaboración internacional. Lo esposaron, lo incomunicaron y lo mandaron en un avión. Pero mi vieja confundió el día de llegada y el tipo tuvo que pasar otra noche en Jefatura, Migraciones, no sé.
—¿Qué hacía su hermano en San Diego?
—Según un testimonio parece que caminaba en pelotas por una autopista. Estaba todo lleno de arena y tenía una bandera argentina en la mano, así que suponemos que estuvo viendo las Olimpíadas de Los Angeles. Después de eso le quedó un tic nervioso que hace difícil la comunicación, porque él lo advierte y se pone más nervioso y más tic le da.
—¿No sigue tratándose?
—Se trata cuando ya no aguanta. Después de que lo echaron de la clínica...
—¡Qué cosa!
—Lo hicieron trabajar en una quinta y se descompensó más. De las fiestas del Carrasco Polo a plantar zapallos...
—A mucha gente le hace mucho bien la actividad en la granja, la vida al aire libre, sentirse útil...
—Salgo por la puerta de atrás y la perra, pobrecita, se me tira encima. Me pongo a jugar con ella. Es buena, no muerde ni a los ladrones. Mi hermano aparece, cómo andás, yo qué sé, sin mucho entusiasmo. Estaba gordo, hinchado. Olía mal, como de alcohol pero peor, como si hubiera estado encerrado por días. Le digo: “no viniste al cumpleaños”.
—Usted tampoco se acordaba.
—Yo no estaba en el país. ¡Recién llegaba! Él vive ahí, en la misma casa, no tiene nada que hacer, no trabaja, no estudia.
—¿Nunca hizo nada?
—Nunca terminó el liceo, no tiene voluntad. Pero bueno, se tomó muy mal que le dijera eso. “Con papá estamos peleados”, me dice, porque mi viejo no le prestaba más el auto. Él sólo quiere andar en el auto de mi viejo. El de mi vieja no lo usa porque dice que es de mujer, de puto. Y a mi hermano le gusta mucho picar en la rambla, meterse en los jardines, derrapar. Cuando no lo devuelve abollado hay que mandarlo a lavar.
—¿Es menor que usted?
—Dos años. El cuarto es el mismo que tenía a los 15 años. Lo mantiene igual. Es raro, porque a pesar de esa falta de voluntad que tiene, siempre tiene el cuarto ordenado, compra sus posters, limpia su colección de latas de cerveza... Bueno, el tic lo estaba matando. Me dijo que tenía que hablar conmigo. Subimos al cuarto y se puso a tomar pala, es increíble lo que toma. Y empezó a contarme. Que había tenido una relación “tormentosa” con una tipa mucho mayor que él. La mujer le había dado vuelta la cabeza como una media. La mujer era Graciela, la medium, la del grupo de ufólogos.
—No le puedo creer.
—Todo pasó a espaldas de mi madre. Una tarde en que estaba reunido el grupo de meditación, la enana hace como que va al baño. Pero entonces no, sube la escalera, entra en el cuarto de mi hermano, tranca la puerta y, literalmente, lo monta.
—¡No le puedo creer!
—Sí. A partir de ahí se empiezan a ver todos los días. Ella le hace la cabeza así nomás, muy fácilmente. Primero le dice que tiene poderes especiales, que es capaz de hablar con los muertos, de ver el futuro de la gente mirando el aura. Le dice que tirar las cartas y todo eso para ella es etapa superada. Le dice incluso que puede salir del cuerpo y que podía saber las vidas anteriores de las personas con un poco de concentración. A mi hermano le dijo que había sido un príncipe egipcio que había muerto por salvar a su amante de la crueldad de su marido, un rey poderoso y maligno. Después le dijo que ella misma había sido una reina egipcia y que estaba segura en un 98% de que se habían conocido en aquel momento. Ahora volvían a encontrarse en Montevideo y eso no resultaba increíble, porque el destino era así y estaban condenados a vivir juntos para siempre. Mi hermano se enamoró de ella y empezó a hacerle regalos carísimos, sacos, carteras, medias, todo guita que le afanaba a mi viejo. Un día le regaló Ilusiones de Richard Bach, que es lo único que leyó en su vida, con una dedicatoria: “Para mi princesa de Luxor”. Mantuvieron el noviazgo en secreto. Ella era como veinte años mayor y venía de una familia pobre. Por otro lado no había terminado de separarse del marido, un tipo que hacía mucha guita con una panadería y que de vez en cuando, decía, la cascaba. Le contaba muchos detalles de los castigos y le hacía juntar bronca a mi hermano. Y mi hermano lo fue odiando al panadero. Un día ella lo llamó por teléfono llorando y le dijo que le había pedido el divorcio y que el tipo se había enfurecido tanto que la cosió a cintazos, que estaba toda marcada en las piernas y en la espalda y que lo mejor era que no se vieran por unos días. Todo mentira. Pero mi hermano entró. Y decidió matarlo.
—¿Cómo?
—Ella le dijo que no podía vivir más así, que si él no se moría, ella se iba a matar. Y mi hermano, como es medio bobo...
—Pero...
—Él decide matarlo y se lo comunica a ella. Ella le dice que puede ver el futuro y que sabe que todo va a estar bien y que van a ser muy felices en una casa que adivinaba en San Rafael. Le dice que el marido va a estar solo en la casa esa misma noche y le da la llave de un ventanal. Mientras tanto mi hermano busca el revólver de mi viejo. Busca y busca pero no lo encuentra. Se le va la noche en eso y tiene que esperar una semana más. A la semana siguiente agarra un cuchillo de cortar carne y un pedazo de cuadril de la heladera y sale para la casa, en Malvín Norte, una casa con fondo. Cuando llega, salta el perro del vecino y mi hermano le tira el pedazo de carne y el perro se va moviendo la cola. Eso fue idea de ella también. Mi hermano se acerca al ventanal. Quiere ver al tipo desde afuera antes de entrar para estar seguro de que está y se queda esperando, recostado contra un árbol. Pero el tipo no aparece. Está la tele prendida, una pizza en la mesa, pero el tipo no aparece. Entonces ve que hay luz en una habitación de arriba. Y se trepa al árbol. Y entonces lo ve al panadero en el cuarto, en calzones, sentado en un costado de la cama. Y ve que el tipo está como mirando un punto en la pared. En un momento, el tipo levanta la mano y entre los dedos tiene el libro que mi hermano le había regalado a ella. El tipo deja caer el libro, se dobla hacia adelante y hunde la cabeza entre las manos, pobre, y ahí se queda veinte minutos, media hora. Mi hermano helado. Entonces se da cuenta de todo, pasmado como es. Se da cuenta de que el tipo es inofensivo completamente, que Graciela lo había usado a él para matar al marido y eventualmente casarse con él y acercarse al dinero de mi viejo. Se siente un asesino, un sicópata, y empieza a bajar de nuevo intentando no hacer ruido. Justo cuando está bajando observa que el hombre baja a su vez por la escalera de la casa. Queda paralizado, aferrado al tronco como una ardilla. Entonces lo ve al tipo entrar al living, acercarse al ventanal y mirar para afuera. Mi hermano cree que lo vio a él y está a punto de dejarse caer y decirle, sí, me entrego, perdonemé, los dos fuimos engañados... Pero el tipo no lo estaba mirando a él. No estaba mirando a nada. Y ve que se pone un revólver en la cabeza y dispara.
—¡No!
—Termina de bajar del árbol. Y yo no sé, pero creo que mi hermano tuvo un último destello de lucidez, porque abrió el ventanal (que estaba sin llave). No miró el cuerpo, subió hasta el cuarto y se llevó las famosas Ilusiones. Después limpió la llave, la puso del lado de adentro y se fue sin cerrar. Después se encontró con Graciela en Mendizábal y le dijo que había pasado todo como ella quería, que no hubo necesidad de matarlo porque el tipo se había pegado un tiro. Y que no quería verla más.
—Si me permite voy a abrir la ventana.
—En ese momento la mujer se transforma completamente. En medio del bar empieza a reírse con carcajadas diabólicas, se agarra a la mesa y empieza a temblar. Le salía una voz de hombre. “Nos vamos al infierno, nos vamos al infierno”, le decía, y eructaba. La tipa había planeado todo. Le iba a decir a la policía que mi hermano había matado al marido con el revólver de mi viejo. Le había afanado el revólver a mi viejo y se lo había puesto en lugar del suyo. Después salió del bar, completamente enajenada. Mi hermano la siguió un rato intentando calmarla pero cuando llegan a Avenida Italia ella empieza a gritar como si la estuvieran matando y ahí mi hermano se va corriendo para la casa. Y llega cuando yo estoy jugando con la perra.
—Pero digo yo, ¿no se dio cuenta el marido que le habían cambiado el arma?
—Se ve que no. O capaz que sí y no le importó. O capaz que le dieron más ganas de matarse todavía. La mente humana es un misterio. Creo que ella hizo todo lo posible para culparlo a mi hermano. Hacer el mayor daño posible. Y resultó. Al final encontraron huellas de las botas en la sangre del piso. Todo apuntaba a él. A todo esto eran las cinco y media de la madrugada y seguíamos hablando. En eso vemos por la ventana que estaciona un patrullero frente a casa. Mi hermano tira la merca al water. Cuando estaba pensando en salir por atrás, los tipos ya estaban tocando el timbre. Eran tres. Entonces le digo, “Fernando, vos no le hiciste nada a nadie. Que hayas querido matar a alguien no quiere decir que lo hayas intentado ni que lo hayas hecho”. En el caso de él era un poco confuso, yo entiendo, pero no lo habría hecho. Me abrazó y se puso a llorar. Después él mismo le abrió la puerta a los milicos. Se levantaron mis viejos, los vecinos. Todos en la calle aparecieron en menos de un minuto, chusmeando. “¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”, gritaba la marciana de mi vieja. Los milicos le dijeron que Fernando estaba acusado de homicidio en primer grado. Mi viejo se volvió para adentro, los vecinos se fueron para la casa y mi vieja se quedó ahí llorando tirada en el porche. Y esas cosas curiosas ¿no? De repente viene la perra, mueve la cola, la huele a mi vieja y se va para atrás y sigue moviendo la cola, como si no pasara nada, como si todo fuera una película.
—¿Es una perra normal?
—No, es epiléptica.




Tuesday, November 4, 2008

Salsipuedes


( dijo Astllr: "La chica no ha muerto, jntkdvr, convénzase. Ella se ha levantado luego, ha caminado como una zombie durante varias cuadras completamente inconsciente, a vuelto a la conciencia semidesnuda en el living de su casa, jnt, su casa de afuera, justo en el momento en que su señora y los nenes se fueron al Géant.Y ni Ud. ni ella saben por qué se han encontrado allí, cómo llegaron a eso, y ella siente como una soledad radical, y Ud. como una compasión.Piense además que fue la casita del Pinar que hicieron con tanto sacrificio, jntkdvr, piense más, piense que es el día que la ocupan después de cinco años de obra donde Ud. mismo hizo la planchada con unos amigos, y que todo esto sucede en el mismo día de la inauguración de la casa, cuando la familia va a hacer las comparas para la fiesta y el verano está por comenzar...")

Yo la encontré cuando iba comprar las cosas al Geant, para festejar la culminación de la casita con mi familia. Esa es la verdad.
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Como les dec{ia era un domingo soleado. Mi familia se iba a la playa. Y como todo el tiempo me pasa, me preguntaba si haber hecho la casa e inclusive el festejo (mi familia es muy de festejar los logros de sus integrantes) ten{ia sentido (el acento de mierda de este teclado cambia todo el tiempo de lugar, asi que lo voy a dejar como venga).Igual estaba contento, por la cara de mis hijos, sobre todo la mas chica. Para ella todo tenía sentido, siempre que pasaba algo le brillaban los ojitos. Y hacía planes, para todo. Tambien había sido una fuente de bienestar con mi mujer. Mucho había errado antes de encontrarla. Me miraba siempre con una ternura que era un alivio, inmenso.
Yo había pasado x varios infiernos antes, bueno en realidad los infiernos bullían enn mis entrañas. Pero con ellos parecían lejanos.
Pensaba: asado o vacío, pamplonas, pechito de cerdo, cerveza o vino, helado.
Cuando helado, clave los frenos en el semáforo.
La veía caminar trastabillando por el cantero infernal de ]Gianatasio la melena ondulada y negra, negra brillante, le tapaba el rostro, err{atica y descalza, con con un andar firme en los muslos y las caderas, aunque era mas bien menuda. Será una noche de borrachera o circunstancia similar, pensé, ví que se venía al cruce.
Antes de que lo pisara, en el momento en que cambiaba la luz y yo aflojaba el embrague acelerando levemente, (oh como me gusta dominar las máquinas como si fueran parte de mi cuerpo) cayó de costado, unos metros delante del auto.
Lo detuve sin problema y lejos aún, sin peligro para ella.Toda mi atencion se centró en el cuerpo tirado en la calle, cuando bajé. Sintió el golpe de la puerta que se cerr{o y me miró con unos ojos grandes y negros, como yo nunca había visto en mi vida, una tez trigueña y rasgos suavemente filosos.
Yo prendí un cigarro, en estos casos lo mejor es tomar las cosas con tranquilidad.
Ella se ladeó un poco y con agrietada voz me dijo, me das uno?
No, no creo que sea lo mejor, querés agua? Tenía un raspon grande en la frente y otro en la pierna que le rompio el pantalon en el muslo, bajo la nalga, estaba descalza.
Tengo mate en el auto, pero mejor llamo a una Emergencia, para que te lleven a curarte.
No es nada, seguí nomás.
Te arrimo a algún lado si querés?Que t paso?
Un auto me empuj{o a la banquina de madrugada, creo que lo v{i de vuelta al amanecer.
Mirá viene un patrullero, lo paro y ya t llevan al sanatorio y denunciás...
No dejá, dame un mate.
Escuchame -ahí la levante de los hombros, tomandola de espaldas, sentí su peso liviano y flexible y su espalda en mi torso y su pelo finísimo y negrísmo en la boca y su perfume sucio y embriagador- la subí al auto, yo te llevo a la policlínica.
No se resistió.
¿Como te llamás?
Macarena. Se acomodó en el asiento de atrás.
Tomá un mate. Y lo hizo con los ojos cerrados.
Mirá entremos a la policlinica, ahí esta.
No, no tengo nada, todavía nos van a preguntar cosas, si vos me atropellaste, y van a buscar testigos y... dale, andá donde tengas que ir, yo me recupero un poco y me voy. No, no me pasa nada.
Paré en una farmacia, compre iodofon, gasa y la cinta esa para pegar la gasa, agua oxigenada. Tome rumbo a un lago (una vieja arenera) y paré en seguida.
¿Que hacés, nadie te pidió nada?
Ya sé, pero tenés que curarte, un poco. Ah y te compre estas alpargatas.
Gracias.
Me bajé del auto a fumar, mientras se curaba. Miraba unos gansos que daban vueltas entre la arena, los juncos y alguna acacia, persiguiendo unos gorriones y sacandoles la comida a las gallinas.También se arregló el pelo y era muy linda, muy decidida.
Mirá yo tengo que ir al supermercado (había pasado un tiempo generoso y casi no tenía mas guita), te dejo en una parada, tenés guita?Tenés a donde ir?
Que te importa.
Disculpame, pero no estas en posición de ser tan grosera.
Sabés en que posición estoy.
En la posición de irme al carajo.
Me voy al chuy, ves esto?
Y sacó un fajo de billetes grueso, 20 o 30 lucas o más.
¿Querés venir?
¿Que?
¿tenes miedo?
Mirame.
La miré.
Dijo gracias con una gran sonrisa de dientes parejitos.
Te quiero garchar.
Se paró delante mío me abrazó y me dió uno de esos besos fundentes, colgada, un beso de fragua, que te queman los labios, el cuello, los ojos y el pecho.
Me separé y me senté al volante.
Ella subió (sos un tarado murmuró)
Arranqué, aceleré y levanté hasta 130 o 140 convirtiendo los árboles del roosvelt en una ráfaga verde y los autos que pasaba en estelas, desdibujadas caprichosas.
Me paró un policía de tránsito, era medio enano, al final del parque roosvelt.
Me multó (hizo su trabajo) y me fui.
Por el espejo me miraba fumando divertída.
Yo te pago la multa, dijo.
Entré al estacionamiento del hiper. Y me fui a hacer mis compras, con los dientes apretados, mirando para abajo, caminando con fuerza. Atropellé un carro y me caí en el asfalto.
Que hacés J? me dijo mi prima Ana, mientras me ayudaba a levantarme. Que golpazo. Todavía estás por comprar las cosas?. Dale, vamos que te ayudo...

Senderos que se bifurcan 1:
Oh, hola Ana, pará que me doblé el pie. Uy, se me rompieron los lentes tambien, que mala liga...
Jotaaa, siempre en otra, casi me tirás el carro...
Perdoná, pará que no me puedo parar... (me dolía mucho).
Levantandose los lentes y frunciendo un poco el ceño Ana me pregunta:
¿Quien está en tu auto?
Lo que? dije mirando al fuska que arrancaba y se alejaba (y Macarena adentro me saludaba mostrando sus lindos dientes).
¡¡me esta robando el auto¡¡.
Como? Mirá te tiró algo por la ventana, Son billetes¡
me tiré de espaldas
sobre el asfalto caliente del estacionamiento
cerré los ojos
estaba muy cansado
el calor se condensó a límites indecibles,
el asfalto se fundió y me fui hundiendo en el piso,
y al abrir la boca para gritar se me metió hasta la garganta,
mientras oía la voz lejana de mi prima:
¿siempre sacandole el culo a la jeringa vos?