Friday, March 30, 2012

todos somos Vincent

Goodbye to all that
Robert Graves


Como esto nunca pasó, es irrelevante saber de dónde llegábamos a ese entrepiso vencido después de una escalera de maderas partidas que terminaba en una baranda descolada que daba a un salón enorme, antiguo y vacío, cálidamente iluminado por unos tragaluces que estarían en alguna parte arriba de nosotros.
    Justo al término de la escalera había un cajón con casilleros para botellas, pero en lugar de botellas los casilleros guardaban brazos, piernas, manos y pies cortados con prolijidad.


    Quedé mirando todo eso con una estupefacción tan grande que no me alarmó en nada la llegada de un ser desde un costado, encorvado, de cabeza pelada, unos ojos grandes y extraviados. Sonreía débilmente.
    Traía otro cajón que vino a dejar al lado del otro. Y sería por esa estupefacción mía, que él la habrá confundido con indiferencia de mi parte, que el tipo tampoco expresó sorpresa de verme ahí, junto a su cargamento. Yo tampoco reparé (o sí, ahora que me acuerdo) que mi hijo Albertico, que venía subiendo detrás, se dio de trompa contra mí.
    Albertico es el vivo retrato mío, es tan parecido que todos creen que es un clon que aún no completó su desarrollo. No hay una sola vez que no tenga que aclarar que fue gestado en mi propio vientre.


    A lo que el personaje calvo y de ojos grandes dejó el segundo cajón en el piso, a lo que se incorporó nuevamente, vi que miraba hacia delante, posiblemente hacia mí, y ampliaba su sonrisa estúpida mostrando, al dejar caer un hilo de baba, que le faltaba exactamente la mitad de las teclas, es decir que del incisivo central hacia la derecha la boca era un galpón oscuro, cuadrado y desierto.


    Mi capacidad de supervivencia es altísima y esto me llevó, de manera instintiva, a mirarlo directamente a los ojos y sonreírle con la misma mirada idiota para establecer una complicidad, una estupidez compartida que surtió efecto, mientras yo pensaba cómo iba a hacer para salir de allí con Albertico a salvo, por lo menos enteros. Al mismo tiempo sabía, sin verlo, con la tranquilidad que ofrece pertenecer a una misma sangre, que Albertico también estaba sonriendo estúpidamente. Pero vislumbré por el costado del ojo que mi hijo iba más allá incluso y superando mi recurso mimético dejaba caer, él también, un espeso hilo de baba.
    En el momento en que ya no sabía más qué hacer, se abrió una puerta en un costado y apareció un ser semejante al pelado, pero más joven y con el pelo largo y raleado, con la misma expresión idiota de todos nosotros. Sin mirar a nadie avanzó arrastrando las alpargatas hasta dónde estábamos, se agachó mirando los cajones y empezó a revolver como buscando algo perdido, como un pintor que busca pinceles.
    Los cuatro mirábamos los cajones chorreando baba con la única diferencia de que Albertico y yo pensábamos cómo escapar de allí, porque sabíamos que si demostrábamos algún tipo de rechazo despertaríamos la sospecha de nuestra diferencia, sabrían que efectivamente estábamos allí, como gente extraña, y esto era un riesgo que no podíamos correr.


    El tipo agachado seguía revolviendo mientras, desde el cuarto del que había salido, sonaba aquel hold hit favorito de Radiomundo que decía: “all my dreams, pass before my eyes, a curiosity...” Y cuando empezaban a sonar los violines que alguna vez habían abierto las flores de mi adolescencia, el tipo encuentra un dedo inconfundiblemente pulgar, aunque inusitadamente grande, como no humano, lo cual era raro, porque si bien el tamaño lo descalificaba, sólo los humanos tenemos pulgares.
    El tipo agarró el pulgar con las dos manos como si fuera un trofeo, lo besó como una copa del mundo, y luego lo levantó frente a sus ojos hasta que, por algún motivo, algo en el dedo lo distrajo y empezó a buscarle algo dándole vueltas hasta que encontró eso que buscaba, o no lo encontró, pero en un segundo estuvo ciego de ira, se paró en el lugar en que estaba con el dedo agarrado en una mano y lanzó un grito cavernícola, por decir así. Y sin parar de gritar se dio vuelta y empezó a caminar hacia otra baranda del fondo, abierto a un baldío donde se vislumbraban, para mi renovada sorpresa, unas sombras moviéndose por atrás de unos tártagos.
    Y habrá sido por el grito, que aquellos personajes atravesaron el follaje para localizar su origen, se acercaron, y pude ver que se trataba de personas normales que, al ver que el grito partía de aquella criatura con el pulgar gigante, tuvieron que hacer como nosotros y pusieron ellos también caras de idiota para pasar inadvertidos.


    Todos gritábamos tribalmente aparentando que festejábamos o que estábamos enfurecidos, daba igual. Y mientras gritábamos, veo que en una pared, cerca de mí, colgaba una cuchilla de carnicero, supe que estaba bien afilada porque trabajé años en una carnicería. Al lado, colgado paralelalmente, había un destornillador Phillips muy largo y de mango grueso y anatómico que se parecía a una lezna y que le pasé velozmente a Albertico mientras yo empuñaba la cuchilla.
    Entonces me tiro hacia el viejo pelado y le clavo la cuchilla en el vientre, más bien traté, porque el tipo está hecho como de piedra y no entraba ni la punta, aún peor, la mano se me debilitó y no pude mantenerla firme y se cayó al piso y rebotó en el suelo con un ruido obviamente horrible.
    Entonces lo miro a Albertico, a ver si le pasaba lo mismo con el otro que seguía gritando ausente de todo. Pero como él es joven y conoce muchas cosas que yo no, en el mismo momento en que clava su puñal-lezna-destornillador Pillips contra el costado del tipo, Albertico grita, con todas sus fuerzas: “VINCENT PRICE!!!!” y entonces el puñal se hundió hasta el mango como en manteca y Albertico volvió a clavarle el puñal varias veces y cada vez que clavaba el puñal gritaba “Vincent Price, Vincent Price...!!!”.
    Yo agarro de nuevo la cuchilla caída y al grito de Vincent Price lo cosí a puñaladas al viejo, mientras los vecinos avanzaban desde el baldío y subían la escalera gritando Vincent Price y luego enterraban objetos diversos en ambos cuerpos, que quedaron tirados, deformes, curiosamente sin derramar una sola gota de sangre. Recién al escucharse la primera sirena avanzando por las cuadras del barrio, la sangre empezó a manar silenciosa de los cuerpos, convirtiéndolos póstumamente en seres vivos.

12 comments:

*** said...

Vincent Price!!! La puta que lo parió!!!
Como carajo escribió esto????
No puedo terminar de digerir
que género
Vincent Price, la mierda

*** said...

Es el mejor grito de guerra que pueda haber existido jamás!

astllr said...

tiene algo de horror y algo de ciencia ficción. Vincent Price junta bien estas dos cosas en La Mosca, un hito que creo no fue superado por Cronenberg por muchos motivos (y que no desmerecen tampoco la segunda versión). El cuento es un sueño, literal en un 90%, andaba un poco enojado esos dìas.

*** said...

Se nota el enojo.
Un amigo estudiando en floripa me dice: se ve reflejada lo que pasa en montevideo, los enfermeros.

Yo me descubro cavilando: Vincent Price, Vincent Price, Vincent Price...
Tengo una sensación de Abot y Costello, de que apareció en alguna. Es un rostro de mi infancia.

la pinche Heidi said...

estaría enojado, astllr, pero se lo pasó en grande escribiendo esto, ¿o no?
yo al leerlo pensé, qué cabrón, se divierte como un enano mientras escribe...

la pinche Heidi said...

y qué me dicen de dust in the wind? un mecanismo mental clásico ese de poner canciones pelotudas como banda sonora de los propios pensamientos.
me han hablado de casos insoportables.

astllr said...

¿cómo que una canción pelotuda? es una canción bellísima.

me divierto mucho escribiendo algunos cuentos, pero no sé si fue el caso. Me divertí, pero iba mezclado con otras cosas.

luego de soñarlo lo escribí en dos veces, la primera mitad en una ida al prado en bondi y la otra mitad a la vuelta. 25 minutos each.

la pinche Heidi said...

25x2: demasiado para un tdk de 45 y muy poco para uno de 60.
Sí, capaz que la pelotuda soy yo por tenerle miedo a todo lo que suene trascendental.
Exquisito como en las tres primeras líneas ya tiene uno casi hasta la temperatura del entrepiso. Buenísimo el galpón oscuro de la boca, también, y las flores de la adolescencia. Y el final tiene esa cosa relajante de la devastación.

astllr said...

gracias, pinche

sí, la tranquilidad final es un descanso bien merecido, el tipo pasó mal.

prefiero el de 60. 45 no da. pero el tema es siempre dónde cortar y cómo retomar.

y la observación es acertada, ultimamente me rinde el EP.

z said...

en un viaje en omnibus...
usted me asusta más que vincent price, astllr

Eufrasio said...

Muy bueno esto.
Envidio a al gente que sueña así, tan saladamente.

astllr said...

gracias eufrasio, siga el consejo de rosario castillo y no deje de soñar