"A donde va el buey que no are
responde con prontitud
si no tenís la contesta
preparate el ataúd""El Albertío", Violeta Parra
Pero con la pitada profunda vino el mareo, que se hizo vahído y ceder las piernas y perder conciencia.
El cuerpo helado, en el aterrador mar negro de inmensas olas que no veía, las manos ateridas hundidas como garras en el salvavidas, en el caos del viento y la lluvia sin cielo y relámpagos ensordecedores y rayos salvajes que hendían la oscuridad y alumbraban la espantosa escena.
Pero el frío cedía y el calor arropaba el cuerpo y la garganta seca y la luz en las calles despojadas, polvorientas de cierto pueblo del norte, a lo mejor Tambores o en la única calle triste de La Hilera, una hilera de casitas no muy lejos del rio Tacuarembó (y del triste villorio de Montevideo Chico), cerca de unas lagunas, de cierta estancia donde un jinete capataz, elegía capinchos machos con la mira de su rifle, para saciar el apetito de los patrones. O él mismo con los moretones en el hombro niño, de los culatazos del rifle, de dispararle a las perdices cerca del Arroyo Malo.
Y de ahí por el rio Negro iba pasando San Gregorio y pasando aún el Paso de los Toros a las felices, combativas, vibrantes y antiguas tarariras en la desembocadura del Salsipuedes.
Y el vuelo caprichoso veía de pronto el asesinato sórdido de Urquiza a manos de los cuchilleros de Lopez Jordan, en su mansión fastuosa del Entre Rios.
A un helado pasaje por Carreta Quemada o por el lino florecido de "Mundo Azul", en el Fusca.
A cierto chasque galopante que llevaba un mensaje de Andresito (desde las cercanías del Palmar de San Borja) a Artigas (en las cercanías de Tacuarembó); asesinado en los montes de las quebradas del arroyo Lunarejo en el fondo de la Cuchilla Negra*.
A las ruinas de las Misiones que lo conmovian en su mineral decadencia (más cercanas las de San Miguel).
A los alegres viajes en los Tranvías de Asunción que habían sido de Montevideo.
Y finalmente a los primeros encuentros clandestinos con María, que produjeron aquel escrito,
"Será mejor que no te muevas
del remanso cálido, cómodo, de tus días.
El único confort que puedo darte
es hundirme en tus entrañas dulces.
Solo fiel a mi desidia."
Pero, nada le interesaba mas que estar en ella.
En su cuerpo y su palabra.
Extrañamente no se cansaba de sus olores, ni de sus gustos, ni de su compañía.
Volvió atormentado a los ojos verdes, los bucles oscuros y la voz de María que lo llamaban, cerca de su cara.
Volvió.
-¿Vos estas loco?
Hizo un esfuerzo, pero no le salía la voz.
No comía desde las 8 de la mañana, todo el dia dando vueltas por ese barrio.
-Ahora levantate y andate que Javier tuvo un llamado. Despues hablamos.
Le salió un hilo de voz,
- yo te amo María, no puedo más.. .
- Callate, que está mi hijo, despues hablamos. Sé un poco racional.
- Le dí una carta a tu marido.
- Si, ya la ví, pero él no la leyó. Tuvo un llamado de urgencia, por suerte.
...
- Además, ya la rompí. Andate, por favor, si me querés, andate.
Tomó el vaso de agua que le ofrecía María.
Miró detenidamente el hogar, la mesa petisa con los adornos -en particular el caballo colorido de madera-, el hogar y la leña, el cómodo sofá de tres cuerpos en que descansaba su cuerpo que ya se levantaba, la mesa más allá, de madera oscura y sobria.
Los cuadros en la pared, todos originales, oscuros, salvo una lámina, El beso de Klimt.
Pasando el hall de entrada, el escritorio y el pibe jugando en la computadora.
- Nunca vamos a estar juntos, le dijo, mirandola a los ojos.
Se puso el abrigo y la gorra y pensó en darle un beso, en hundirse en su boca.
Pero no, se dirigió a la puerta sin mirarla.
-Adios.
No contestó, salió y cerró la puerta.
Medio mareado todavía, veía un auto estacionado en la esquina, que tenía algo familiar.
*Nota del autor: un pequeño relato existe al respecto.