Friday, August 23, 2013

Várigui



Calculo que vendría con unas cervezas encima aliviando una resaca después de varios días, porque es lo que hago siempre para bajar de a poco.
Habíamos visto a Of Montreal en el Bowery con los croatas de abajo de casa. Después salimos para un club en el Meat Market, unas tripas, después unas bolas y al final terminé en Queens en la casa de una dominicana que resultó ser un chango. Después de eso, empieza la laguna negra.
Lo último que recuerdo es ver el reflejo de mi silueta sobre las baldosas amarillas de una estación de metro. Después vuelvo al mundo en medio de una reunión agradable y civilizada en un backyard de Brooklyn Heights.
Había lucecitas de colores entre los árboles, velas por todos lados, comida mexicana y mucha Dos Equis. No conocía absolutamente a nadie, no tenía idea de que estaba en Brooklyn.

Todo el mundo parecía muy correcto, todos parados en grupos con botellitas en las manos, conversando y sin mirar mucho a los costados. Algunas chicas estaban sentadas en sillones grandes con copas de vino blanco, muchos parecían casados, jóvenes adultos casados, algún veterano cool. Luego apareció un porro, dos o tres secas, y terminé hablando con un gallego, llegado unos tres meses atrás. Según me dijo, estudiaba “psicología moral”.
Terminamos hablando de la fauna autóctona europea, en particular de las zozobras ecológicas del oso de Bulgaria. Le pregunté, sospechándolo, si había osos en España.
“Hombre, claro. Aunque están casi extintos. Digamos que en la región pirenaica hay un grupo muy reducido”, y señaló delante de él como si fuera un parabrisas.
“Dentro de ese grupo hay una sola hembra que ya no estaría, sabes, en condiciones de reproducirse. Luego han traído algunos osos de Bulgaria a toda la zona cantábrica. Pero resulta que han construido una autopista y esto ha dividido a la comunidad, unos 150, 200 animales. Así que habría dos comunidades de cien ejemplares cada una, o una sola fragmentada que no termina de reunirse”.
Antes de empinar la cerveza, remató: “Vamos, que en España lo del oso va muy mal”.

Fui a la cocina a buscar agua.
En el camino casi me doy de frente con Isidora, la dueña de casa. Me acordaba perfectamente de ella, y me sentí más tranquilo. Yo estaba más drogado que ella, por lo menos venía de más tiempo. Y ahí en el umbral me contó toda una historia con la bandeja en la mano.
Fue al venir de Buenos Aires la última vez.

Todo venía mal, Aerolíneas Argentinas había llegado a un extremo sindical tan lamentable que disponían de un solo avión que hacía todos los vuelos, hoy a Nueva York, mañana quién sabía adónde.
Isidora había ido al aeropuerto con la promesa, nada segura, de volar en la nave de otra compañía. Esto efectivamente sucedió, al día siguiente, en Várigui. Qué suerte —pensó Isidora— por lo menos un poco más de espacio para las rodillas y una azafata capaz de sonreír con 23 músculos faciales, uno más que la azafata promedio de Aerolíneas.

El vuelo había alcanzado la ansiada estabilización y navegaba con tranquilidad rectilínea, así me lo decía Isidora, que se dedica a la literatura y es poeta. Y había asientos vacíos. Una tranquila penumbra invadía la clase turista.
Isidora se sentía en una publicidad de los años setenta, cuando las azafatas sonreían con blancura, imbuidas de ese equilibrio emocional en alturas que sólo se ve en los viejos anuncios de compañías de viaje. Mientras yo pensaba en Emanuelle, Isidora sentía que volaba hacia atrás, muchos años atrás, a un lugar de bíblicas iluminaciones.
Dos filas más adelante, del otro lado del pasillo, había dos cabezas juntas, luego otra cabeza un poco más adelante, y nada más.
Una suave turbulencia le indicó que aquella tranquilidad no iba a durar mucho.

Isidora no recuerda bien de dónde salieron, porque en ese momento empezaba a leer, con decisión, “Madame Bovary”. Supone que habrían salido de alguna fila de atrás suyo y no eliminaba la posibilidad de que hubieran salido del baño: dos tipos, uno peludo y otro pelado, de claro acento brasileño y señales inequívocas de intoxicación.
Determinar la sustancia específica era imposible, pero Isidora aventura ácido lisérgico, dada la magnitud del escándalo que ya estaba gestándose en las mentes alteradas de los brasileños.
El peludo de largas guedejas bañadas en gel simulaba hacer surf en una ola imaginaria aprovechando el movimiento lateral de la turbulencia, todo esto acompañado de un griterío destemplado. Cuando el tipo medio se cayó sobre el posabrazo de Isidora, ella le pudo sentir un olor a perfume, cigarro y transpiración que no parecía provenir de una misma persona sino de muchas, durante muchos días.
La desubicación del brasileño alertó al calvo, con dos aros enormes en cada oreja y una campera de cuero ajustada. Yo lo visualicé como un personaje arribado a la nave por teletransportación, apareciendo en la mitad del éter como una visita indeseable de otro mundo.
El pelado siguió deambulando por los pasillos un poco como mirando a ver qué había de interesante, pero en realidad deslizándose astutamente hasta el baño del fondo para encerrarse el mayor tiempo posible. No había perdido el temor al ridículo y el otro se estaba desubicando mucho.

Al hacer escala en San Pablo, el avión se convirtió en un infierno. Una multitud de brasileños invadió a los gritos, cada uno luchando por cada asiento, por cada lugar para equipaje, por cada centímetro cúbico en todo el volumen del aerobús.
Había también una delegación de unos cincuenta ¿ochenta? integrantes de una iglesia evangélica. Cada uno llevaba su nombre en un acrílico prendido en la solapa: Wanderley, Cesaria, Cacá, Hepaminondas, Hermes, María Oliveira Dos Santos de Soares Almeida, así por lo menos los íbamos inventando en nuestra conversación con Isidora.
Cree Isidora que el desencadenante fue la sensación del peludo, no del todo falsa, de haber perdido para siempre su asiento entre valijas viejas, niños tristes y viejos sin dientes.

Y el individuo sufrió el primer ataque: al llegar a su lugar se le abrieron los ojos hasta desorbitarse y, sin caer al suelo, fue inclinándose hacia el costado, un poco hacia atrás también, mirando a todo el mundo con pánico. El pobre intentaba valerse por sí mismo y empezó a caminar hacia atrás en rígida postura, semiparalizado, golpeándose con cada respaldo y buscando un lugar donde fuera posible estar a solas fuera de la horrible visión de la multitud devota, algo imposible a 13.000 metros. Cuando llegó a las cortinas entre la clase turista y la ejecutiva, empezó a cabecear epilépticamente.
La delegación pentecostal se vio advertida. De inmediato vieron en el infeliz, en sus cadenas plateadas y sus botas altas al mismo demonio apersonado, invasión que intentaron detener gritando “¡Morte al diablo! ¡Morte al diablo!”. Después se le pararon alrededor como encerrándolo, como para iniciar un exorcismo. Entonces el tipo empujó a un par de viejas que rezaban como musulmanas y huyó entre las cortinas de la ejecutiva.
Pobre Isidora, intentó continuar con Madame Bovary. Pero el peludo apareció de pronto por el otro pasillo. Había llegado hasta primera, y había pegado la vuelta por el otro corredor.
Iba agarrándose la garganta como si se hubiera atorado con algo. Respiraba con ruido, miraba todo de costado temiendo el encuentro con una hormiga. Y así siguió caminando durante bastante tiempo entrando por un corredor, llegando a primera, saliendo por el otro corredor hasta el final del avión y pasando al otro corredor por atrás de la cocina de las azafatas. Era como un hamster a las tres de la mañana.
En una de las tantas vueltas quedó detrás de una azafata. Ambos desaparecieron en el fondo. Al rato, el tipo volvió con una bandeja de frango con arroz.

Sin poder pasar de la segunda línea de Mme Bovary, Isidora interrumpió la lectura para ir al baño.
Cuando volvió, se encontró con un extraño líquido de verde opalescencia derramado sobre el respaldo del asiento. Entonces fue hasta el fondo del avión a pedir asistencia. Se encontró con una azafata recostada contra la máquina de café que se negaba a salir de su cubículo, aterrada ante la posibilidad de encontrarse cara a cara con el norteño. Atontada, sólo alcanzaba a repetir: “¡Qué situaçao! ¡Que situaçao!”.

El peludo volvió a aparecer por el corredor. Sin embargo, esta vez llegó con una expresión completamente diferente. Iba excitado y alegre, como al borde del éxtasis. Mientras señalaba para atrás con las dos manos gritaba: “¡O Rei!, ¡O Rei!, ¡O Reeeeiiiiiiii!”.
Entonces detrás suyo, de entre las cortinas, apareció, efectivamente, el mismísimo Edson Arantes do Nascimento, Pelé, con gran despliegue de juventud a pesar de los años, recuerda Isidora. Lo iba llevando al fondo al peludo con sonrisa muy diplomática más para enfrentar a la multitud que al pobre infeliz. Al borde de la desesperación, la tripulación había pedido ayuda al ídolo que Dios había puesto en el avión.
Después de sentarlo en unos asientos del fondo, O Rei estuvo hablándole por espacio de 15 minutos. El drogado no acreditaba lo que veían sus ojos y los brasileños, incluidos los religiosos pentecostales, tampoco, y disparaban flashes sin compasión. Esto fastidió a Pelé, quien se retiró ante la ovación general dejando al desgraciado ahí sentado, completamente solo, aterrado de los flashes como un perro en año nuevo.
Pasajeros y tripulación olvidaron completamente al pasajero incluso cuando cayó al piso en convulsiones. Resultaba tan lastimoso todo que, al final, un grupo se acercó a ver qué pasaba, como para ayudar. Pero una de las misioneras evangélicas se le paró en el medio y elevando su índice al cielo conminó, con voz vibrante, a apartarse de aquel portador de la peste, quien empezaba a vomitar débilmente.
El hombre logró arrastrase hasta perderse detrás de la cortinas, rumbo a primera seguramente, en busca del alivio que sólo O Rei podía ofrecerle. Pero a los diez minutos, volvió gritando desaforadamente, inmovilizado con esposas por cuatro individuos de la tripulación, entre ellos el piloto y el copiloto, según el número de rayas doradas en las mangas. Todo estaba a cargo del piloto automático.
Jeringa en mano, una azafata atravesó el corredor bajo silbidos, aplausos y más flashes.
Entonces el pelado hizo acto de presencia, perfectamente sobrio y dueño de sus actos. Se acercó a la mujer e impidió que el cóctel de drogas ingerido en la víspera por el inconsciente se transformara en un cóctel letal. Mientras procedía a calmar al idiota, la nave aterrizaba de emergencia en Belén.

“Te das cuenta”, le decía yo, “nunca nadie va a dar crédito a la anécdota de este individuo. Treinta minutos en el cielo hablando con Pelé y nadie le va a creer”.
“Sí, y te das cuenta”, me decía ella, “haber atravesado semejante situación para que nadie me diera pelota a mí. ¡A la semana tiraron las torres gemelas!”.

Días después de la fiesta, Isidora navegó en Internet y encontró este artículo, que me mandó. Fue el único testimonio:

SINDICATO DEFENDE PUNIÇAO MAIOR PARA PASSAGEIRO INCONVENIENTE

“O problema com passageiros inconvenientes voltou os manchetes desde a divulgaçao do caso envolvendo o ator da Rede Globo, Andre Goncalves. Na segunda-feira, o rapaz teve um ataque nervoso durante un vóo de Varig que ia de Sao Paulo a Nova York (EUA). Goncalves agrediu passageiros e comissarios. O comandante decididu parar a aeronave no Aeroporto de Belem (PA) para expulsar o passageiro. Com isso, o vóo, que entre outras pessoas famosas levava o exjogador de futebol Pele, e a atriz Luana Piovani, atrasou em cerca de uma hora”.

7 comments:

*** said...

Que vicisitud la vida alocada del mainstream y las drogas.
Muy bien la declaración del sindicato.
El protagonista al final se cogió a la dueña de casa?
Que linda ventura además, de fiestas y locura, la de la gente en manhatan. Un día me tendría que invitar Astllr a sus correrías por allá.
Muy Bueno!

astllr said...

Gracias.

Bueno, sucede que luego, a medida que sale de ese estado semiamnésico, se va dando cuenta de que Isidora es la hermana. Las drogas son algo terrible...

fer said...

Muy divertido, aunque nada liviano. Al contrario, mantiene esa cosa espesa de la resaca y el aterrorizante blackout, y ese avión es de miedo.
Un detalle, ¿o Réi no se llama "Edson"?

astllr said...

satamente fer, creo que cometí el mismo error que un ministro hace poco, ahora lo cambio. gracias.

es cierto, se superpone el black out del tipo a la resaca de la anécdota, que es, por cierto, 100% verdadera, con iglesia pentecostal y todo.

Zeta said...

La primera parte está notable.

astllr said...

la primera parte hasta dónde...?

la segunda es hija de la realidad

z said...

hasta que se encuentra con Isidora. Es excelente.