Fui engendrado en un encuentro
de dinero e ignorancia.
Lo demás fueron cortinas con flores
y unas paredes celestes.
El guiso era folklore
que me alimentó sin ganas.
Era consultado sin saber hablar
y recibía una devoción parecida al amor.
Entre zanjas y personalidades
mi mano medía una mano.
Curaba y anestesiaba
consolando o matando
a quién más necesitaba.
Dicen que fui justo
pero no me acuerdo.
Un mediodía, antes de una penca
fulminé a un peligroso de un bostezo.
Cayó rodando y rodando aparecieron
unas monedas robadas.
Entonces me identificaron más bien mal
y me dieron más atribuciones
y me permitieron hacer, de todo,
lo que era incapaz.
Atribuí razones y anuncié pronta partida
a confusos puntos cardinales
y me perdí en la bruma matinal
dejando atrás cruces lustradas
y jesucristos sangrantes en la boca.
Pero aún las negras piedras del arroyo
seguían pidiendo mi vulgar consejo
y pude armar un altar con hojas secas
al búho blanco de la noche.
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foto: templo en Paso Molino