Wednesday, February 27, 2013

Sunday, February 24, 2013

el campo ajeno de Perón


las baldosas rotas
las hormigas que vibran caminando
la canilla que gotea
la rama apoyada a la pared
los lagartos que trepan por las puertas
las cigarras

el sedicioso fascista
su mujer y su esposo
entre Uruguay y Argentina

las vides olvidadas
las cotorras plaga
las cruceras (pero hay)
la cascabel del recuerdo
del esposo de la esposa
del sedicioso fascista
que hablaba con Perón
en un sueño de Perón
donde no había campo
ni lagartos
trepando por las puertas
ni cruceras
ni la sierra a la distancia
allá, donde los bosques se van
moviendo y pasando las quebradas
tapando otros montes más lejanos
desvaneciéndose un día
y apareciendo a los años
en los lejanos días
regalados con el cielo
abierto allá
acá cerrado
por estas nubes grises
que se deshacen contra el horizonte
como hombres barbados
como lechuzas blancas
como antepasados
como cumbres (véanme siempre!)

una risa rosarina
corta el aire
como una golondrina
precisa e indeleble
aliviada, al ver todo de pronto
a la distancia
de los padres
de los hijos
de los nietos
de las madres
que se van
del suelo de Perón
del sueño
de un sedicioso fascista
es decir no tupa
tampoco montonero
hoy hundido por el cielo
tremendo de febrero
que derrama este calor
hasta el borde mismo de la noche
surcada de asteroides
de metauniversos
de luciérnagas inmóviles
de una gata fantasmal
que va llegando
entre los troncos
a espiar la humanidad
y se pierde
monte adentro
hasta llegar al galpón
levantado por el sueño
de un sueño de Perón
por el esposo de la esposa
y un cuñado, o concuñado
del sedicioso fascista
es decir no tupa
sospechado montonero
en el albor de la violencia
que era hija de la otra
y de la otra
hasta llegar a la primera
la purpúrea
la quimérica
la que hoy abarca todo
hasta la misma mirada
de estos hombres que hacen hornos
para hacernos pan
y que carnean
y que abren tierras
con tractores fabulosos y extranjeros
que nunca vio Perón
ni siquiera en el mismo vendaval
que levantaron los delirios
y los relámpagos patriotas
de la nueva religión
de Perón y su albaceas
el sedicioso fascista
es decir no tupa
no montonero (a lo mejor)
que hoy sus amigos extrañan
tal como era
hablador
hiperlúcido
tenebroso
como los sueños de Perón
que buscan esconderse
de sí mismos
en los charcos de miseria
en los expedientes
de juzgados viejos
de antiguas comisarías
de inolvidables cuarteles
que escucharon los gritos
de dolor y los relinchos
entre cumbias y championes muertos
y mugidos lejanos y testigos
que prevaricaron
junto a los caminos de balastro
por donde van ahora
los camiones nuevos
llevándose los bosques
desvaneciéndolos
y haciéndolos aparecer, a los años
pasando la quebrada
tapando el bosque lejano
que no llama
ni convoca ni avanza
ni en el sueño de Perón
y su albaceas
el sedicioso fascista
que pensaba tomar balnearios
de rehenes
lejos de acá
en una costa pituca
lejos de estos campos divididos
por los teodolitos del mundo nuevo
por los alambres infinitos
hasta el confín
que peinan los ganados
que no soñaba Perón
ni el albaceas, requerido
por ser el más fascista
el filósofo
el pensador
el peligroso
el que no temblaba
al tomar el bisturí
y que acariciaba con candor
las ocho puntas
de la cruz de malta
que habrá vendido en una feria
su esposa
o el esposo de la esposa
o el sobrino del cuñado o concuñado
bajo todas estas nubes
que pasan, sin volver atrás
sin dejar sombra
ni agua ni tristeza
sólo haciendo precaver
los animales
la tormenta
cuando el viento se levanta
desde el suelo
agitando las retamas
y las chircas verdaderas
que se graban para siempre
en la bajada
donde pacen tres caballos
moviendo las orejas
íntimamente enajenados
al no comprender esta descarga
que llega por encima de la loma
mucho después de la sierra
y de la costa, del mar
de las ciudades
monstruosas de Perón
como islas negras
adormecidas por el viento
del oriental invierno
que se acerca
con sus familias antiguas
con sus veranos antiguos
con sus médanos
borrando todo
y que aún llegan
desde atrás del cerro aquel
con esa cruz encima
incluso desde atrás del aeropuerto
y de los rayos y los truenos
mientras los lagartos buscan
esconderse trepando por las puertas
como plantas carnívoras cuadrúpedas
íntimamente enajenados
sólo comprendiendo con su lengua
que sacan intermitentemente al aire
la prehistoria
de los sueños de Perón
y el sedicioso fascista
el no tupa
el no montonero
el no oriental
el no baqueano
el no comprensible
el fabulador
que vive aún
en una anécdota
trazada en el aire
por una risa rosarina
aliviada en la distancia
de los padres
de los hijos
de los nietos
de las madres
que se van
del suelo de Perón
y llegan
y siguen de largo
después de los bosques
de los cerros
de estas sierras.



Saturday, February 16, 2013

Tijuana


Thursday, February 7, 2013

Friday, February 1, 2013

el pasado es un animal grotesco


Iba por 18. Era domingo, llovía y hacía calor.

     Me habían echado del diario el día anterior, o el mismo día, no me acuerdo bien.
     Pero me acuerdo que en el camino a la precipitación (del despido) alguien mencionó la palabra “reestructura”.
     Pregunté si "reestructura" era sinónimo de “despido”. El jefe de personal dijo que sí con la cabeza, una sola vez, después dejó de mirarme y ganó una línea más de vida en su cerebro de tetris. Pensé: ya vas a llegar arriba de todo, hijo de puta, con una barra roja, la de cuatro, y te la vas meter bien en el orto.

     Al volver a casa, Mariela estaba garchando con Eduardo, en mi cama, por atrás.

     No me tomaba de sorpresa, porque era algo que habíamos planteado como una fantasía. Al Eduardo lo mencionó ella y yo no había dicho nada. Pero ahora aparecían sin aviso los dos.
     Mariela me dijo con la mano que me acercara para bajarme la bragueta y darle yo a ella también. Me fui y después me deprimí, por no haberme quedado, por no haber llevado la miseria hasta el fondo. No hay nada peor que ser neurótico en un mundo psicótico.

     Al otro día caminaba por 18, en ese domingo que llovía. Me acuerdo perfecto porque me resultó raro que un domingo alguien repartiera volantes ahí frente al tugurio de Galería Costa.


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     Conocía el lugar de afuera: una casa de altos, unos cajones de cerveza en el balcón, al lado de ese edificio retirado, blanco y deforme de la esquina.
     Mientras subía la escalera de mármol contaba los escalones, un poco por superstición, otro por un déficit emocional que se traduce, primero, en superávit perceptivo, luego en una especie de autismo que transforma todo en números y correspondencias que, o no corresponden nunca, o corresponden todo el tiempo.

     En el cuarto al frente estaba la barra, de lambriz barnizado, unos bancos giratorios torcidos y unos sofás oscuros que vislumbraba azulados, todos de polyfom impregnado de flujos de años y años.
     Contra la pared había un escenario de hormigón de unos 10 centímetros de altura, el caño en el medio y unas sillas de plástico blanco pintadas de negro descascarado. Se les veía el rastro de una antigua pintura turquesa. Esta visión fue poderosa, es posible que me haya mareado.
     Estaba todo enmoquetado de un color indefinido.

     Apareció una turra bastante bien, con un tang de naranja en una bandeja, con aires de secretaria. Sonreía no tan tristemente. Pero tampoco muy alegremente.
     Cada vez que voy a una whiskería siento lo mismo cuando sonríen. Yo siempre espero una sonrisa, por lo menos eso. Dejó el tang arriba de una ratona y no volví a verle ni el culo.

     Vino la dueña, una vieja, y me hizo pasar a una habitación del fondo. Yo me acostaba en la cama y ella ya me estaba gritando precios desde el corredor mientras iban pasando por la puerta dos mujeres que no distinguí y la tocaya Mariela, que podía ser liceal, y después la encargada de nuevo: que Mariela era el doble, pero era completo. Luego había otra chica pero estaba con un cliente. Cualquier cosa veíamos.

     Mariela se desnudó sin mirarme antes de que yo hiciera nada. Quedó tirada en la cama mirando para un punto incierto entre los pies de la cama y yo, aburrida, hastiada, triste. Me desbolé y me quedé acostado sin moverme.
     Sentí una cierta felicidad, porque constaté que estar ahí me chupaba un huevo. Porque la poronga la pongo cuando yo quiero y cuando no quiero no la pongo, cuando pago y cuando no pago.

     Miraba todo alrededor: el resorte de bajo consumo colgando del techo, el respaldo de plástico dorado de la cama, la portátil baja de madera barnizada como la ruina de un ovni, la frazada con un pavo real estampado, la ventana podrida y abierta sobre un techo de zinc.
     Arriba, el cielo formaba extrañas nubes negras por debajo del techo de nubes, como armando un subsuelo de tormenta.

     Mariela se metió la poronga caída en la boca, sin un suspiro, y mientras se me empezaba a parar empecé también a tener unas alucinaciones y unas sensaciones que trato de explicar con las palabras que tengo, porque fueron muchas y todas juntas.

     Yo veía una ciudad siempreviva que se movía todo el tiempo. Veía que se superponían como generaciones enteras saliendo de la nada y muriendo como absorbidas, veía construcciones de edificios altos y destrucciones masivas, germinaciones de mares de semillas y saqueos de hordas, jardines interminables y bombardeos, gente riendo en veredas y procesiones mortuorias, plazas verdes, hospitales abandonados, caminos de hormigas y lunas llenas, luces de neón y pisos de tierra, bicicletas y satélites, sirenas de fábrica y sacrificios humanos, culos, tetas, labios, piel.
     Cuando la ola entró en la avenida, caí extenuado sobre la inerte Mariela.

     Ella se salió de abajo y se levantó y se vistió despacio, en otra cosa. Y mientras se ataba el pelo, gritó: "Paapiii...". Era un llamado habitual, cotidiano, doméstico.

     Súbitamente bajó la temperatura del aire y me dio un escalofrío. Porque fue cuando pude sentir una presencia, como que yo estaba tocando algo en el aire, o peor: algo sin forma, oscuro y total, me tocaba a mí por todos lados, me envolvía.
     Desde el final del corredor llegaron unos pasos y en el umbral apareció un enano negro, no de raza negra sino negro como la oscuridad. Caminaba con cierta dificultad.
     Yo sólo podía verle la silueta, y además no proyectaba sombra sobre el piso. Era sombra.

     De entre las piernas le colgaba una manguera, que se perdía atrás por donde había venido. Desde allí mismo llegaba una respiración, de algo grande y grave, que hacía vibrar el piso y las paredes. Y a lo que avanzó el enano hacia mí, quedó brevemente de costado y pude ver que la manguera le salía en realidad del vientre.
     La criatura exhalante, en alguna parte de la whiskería, sería su madre, una criatura indescriptible o una máquina.

     Papi se acercó a unos cincuenta centímetros. Como era sombra yo no le podía ver nada. Me habló con voz infantil muy aguda, con algo de pájaro. Y en el aliento helado que me llegó me dijo, palabras más palabras menos:

     "Has detectado el ciclo infinito de la renovación, el alma que anima la naturaleza y a su hija dilecta, la ciudad. La madre está en crisis y también su hija. Esto solo le importa a la especie humana, cuya misión en el universo es perpetuarse hasta el fin de los tiempos en las mejores condiciones, por lo menos algunos.
     ”Has demostrado tener la energía para llevar a cabo la iluminación de la humanidad toda. Ahora, si tenés a bien, vas a cerrar los ojos y esperar la primera señal que encuentres, la primera en una larga serie, que debes seguir y obedecer estrictamente.”

     Y sobrevino un silencio, tan fuerte, que sentí una presión súbita en los tímpanos. Luego volvió el calor habitual y el ruido de los autos por Constituyente.

     Cuando abrí los ojos estaba solo. Y donde había estado Mariela flotaba una bolsa blanca y vacía a la altura de mi cabeza. Estuvo unos instantes ahí, suspendida, y salió por la ventana.
     Me puse los calzones y las bermudas y me llevé los championes y la remera en la mano.

     Salí a la calle buscando en el cielo la bolsa, como buscando una estrella. Y entonces la veo volando, muy arriba, hacia el Sur. Y mientras corro detrás, por la vereda rota y mojada, siento que el frío me va entrando por los pies y como que me voy llenando de otra sustancia, más fresca, más liviana, y me acuerdo de la canción que aparece siempre que tengo una experiencia cósmica:

     "El pasado es un animal grotesco. Y en sus ojos verás cuán equivocado estás".